Los recuerdos del porvenir. Elena Garro.
LA SABIDURÍA DE LAS PIEDRAS.
Mi primer contacto con Elena Garro se produjo en un contexto fascinante. Leí por azar su obra de teatro "Un hogar sólido" y no sabía de quien era. ¿La había guardado por algún motivo sin leer? ¿Me la habían recomendado? Lo olvidé. Años después, la encontré completa en la recopilación de narrativa fantástica hecha por Borges. Sin duda, se trataba de una artista con mayúsculas. De un ser humano extraordinario, en el sentido literal de la palabra.
Descubrí que había estado casada con el laureado poeta Octavio Paz. Investigué sobre sus vidas. No me gustó mucho lo que leí. Me parecía que una nube oscura se cernía sobre el pasado de esta mujer, y que esa nube, según ella misma relata era su marido. Una suerte de alienación, semejante a las que también explica y describe en este libro, parecía apoderarse de ella, extraerle todo el zumo, voltearla y atemorizarla. La relación con la hija de ambos y el modo en el que la madre debe hacer concesiones hacia este hombre me resultan muy inquietantes. Pero me inquietó más aún leer estas palabras extraídas de “La mesa y el lecho”:
“Fourier las llama manías, desviación y perversión son
palabras que acuden a modelos de normalidad más bien arbitrarios y que varían
en cada siglo y en cada sociedad. Sin duda la nueva moralidad ha hecho que
caigan innumerables máscaras colectivas e individuales. Muchos y muchas que ni
siquiera a sí mismos se atrevían a confesar su pederastia o su safismo, ahora
se enfrentan con mayor decisión a su propia verdad erótica. Igualmente sería
obtuso negar que hoy la gente goza con mayor libertad su cuerpo y el de los
otros. Además, y sobre todo sin el miedo de antes”
Puesto en claro que este señor pone en el mismo lugar la homosexualidad femenina y el sexo con niños, no creo que necesite explicar mucho respecto al trasfondo siniestro que rezuman las novelas que he leído hasta el momento de Garro. Especialmente Reencuentro de personajes. En la que se retrata ese trasfondo oculto de algunos hombres de la alta sociedad y el modo en el que ella pudo sentirse influida por esa circunstancia.
Pero vayamos a
nuestro tema. Recuerdos del porvenir es una novela imaginativamente portentosa.
La narración parte de un ser inanimado: la piedra aparente, que nos relata un
momento de la historia del pueblo mexicano de Ixtepec, creado por la
imaginación de la escritora. Los acontecimientos toman el telón de fondo de la
guerra que se desarrolló entre los católicos y los revolucionarios en los años
veinte del siglo pasado, guerra que pretendían limitar el culto y la influencia
de los sacerdotes y que se conoce con el nombre de: “guerra cristera”
Me impresionó sobremanera la persecución del
sacerdote y la defensa que la burguesía del pueblo hizo de él a toda costa, y la imagen de los campesinos ahorcados de los
árboles al capricho del general al mando. Los militares son presentados como
bárbaros, mantienen en su casa mujeres encerradas para su disfrute sexual que
salen para pasear con ellos y nada más. No
hacen otra cosa que estar echadas todo el día y mantenerse bellas y alerta para
cuando regresen. La autora describe bien
esta situación semejante a la de la prostitución en clubs en los que la
situación de las mujeres varía desde el secuestro hasta la alienación mental o
la necesidad. Garro dibuja un comportamiento extremadamente machista y
patriarcal del que los mismos hombres son también víctimas de alguna forma, al
permanecer suspendidos en una sustancia de rencor, vaciedad y violencia. El general sufre la indiferencia rayana en el
desprecio que siente hacia él su “querida”, Julia. Las emociones básicas y casi
animales que le mueven le llevan a usar su poder sobre el pueblo para
desquitarse de la frustración que le produce la indiferencia y la frialdad de
la mujer. El deseo y lo que interpreta como amor es la consecuencia de su
incapacidad para sentir emociones auténticas fuera de su narcisismo y su
insaciable necesidad de poder y dominio. La odia y, al mismo tiempo, se siente
siniestramente atraído por la órbita de aquello que no consigue dominar. Hay
pues un análisis de la violencia masculina en estado puro y de las raíces
profundas que la sostienen y que no terminan con una revolución sino que
paradójicamente, pueden ser exacerbadas.
La piedra aparente
echa atrás la mirada al comienzo del libro y recuerda otros episodios de luchas,
ocupación, violaciones, asesinatos, arrasamiento… y en este contexto, se
inserta este periodo como en un “continuum”
Especialmente
interesantes resultan, a mi juicio, los personajes de la familia Moncada. La
hija que siente la atracción nefasta del hombre masculino y poderoso y se
convierte en testigo silencioso de la muerte de sus hermanos a manos de este
hombre terrible. El hermano, el único personaje heroico que aparece en el libro,
permite a la autora defender que la
solidaridad, la ausencia de crueldad y la falta de mezquindad sí existen. También aparece retratada con esta luz
benevolente y esperanzadora una de las prostitutas, todas ellas mujeres
sencillas y tristes que arrastran el dolor como algo inevitable. Sus conductas
son la manifestación de una clase de ética personal, de una bondad profunda,
contra la que no puede ni tan siquiera el instinto de supervivencia.
Otro personaje
llamativo es Juan Cariño, el loco del pueblo, podríamos decir. Vive con las
prostitutas y se siente presidente, se ve a sí mismo como un hombre importante
al que deberían consultar en el pueblo antes de tomar decisiones. Representa
una forma naif de deseo de poder y autoafirmación, un deseo casi infantil, que
no va unida al escarnio ajeno. La inocencia del que se cree capaz de
contrarrestar el mal con una sabiduría que es fruto de su misma ignorancia. Uno de los momentos más interesantes de la
historia se produce cuando Juan Cariño va a hablar con los militares al mando
para darles unos consejos sobre cómo se debería regir el pueblo, al tiempo que
los elogia y reverencia. Francisco Rosas, el general, lo escucha atentamente y
luego simplemente le dice que se ponga a barrer la cantina mientras todos se
ríen de él. Es una escena magistral en la que se refleja el juego de poder, y
cómo determinados hombres lo articulan como el eje de sus motivaciones y
comportamiento.
Toda la historia
está relatada con una destreza propia de una gran escritora, los diálogos
fluyen y se sienten como diálogos vivos. Sin embargo, frente al realismo abrumador de
las acciones y palabras de los personajes, nos encontramos con un entorno
fantasmagórico, un paisaje que se apodera del significado mismo de la
existencia creando una atmósfera onírica y al mismo tiempo trascendente. En
este clima sofocante, angustioso y rotundamente inexorable, es en el que los
acontecimientos se desarrollan, como si se tratase de plantas que crecieran
alrededor de las piedras, enredándose entre sí con frenesí incontrolable.
La piedra es la
esencia imperturbable, contempla este enloquecido baile de la vida y a nosotros,
en la esperanza de que podamos tomar distancia y escuchar…