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LA TIA TULA, EN EL ALTAR DEL ARTE.

 


 



  Es posible que un libro te deje una huella que traspase tu piel, una huella invisible y profunda que va contigo como una habilidad que adquieres sin darte cuenta, o como un miedo que desarrollas de manera inconsciente, o una idea que ha crecido en tu entendimiento sin que lo sepas. Así puede que La tía Tula entró en mi ser en mis tiempos de niña escolar, y al cabo de los años ha regresado, como algo diferente, sin yo saber o recordar más que una nebulosa, un constructo, algo inefable como son las creaciones de Unamuno.  ¿Qué pude entender yo en el pasado de esa novela? Entendí, sin duda, que la novela trataba de dos hermanas, que una de ellas avanzaba por los caminos de la familia y la otra trataba de construir su vida desde la de su hermana ¿ayudándola? ¿vampirizándola? Entendí, también, que hay algo de orgullo, de amor propio en los actos que realizamos suponiéndolos altruistas, que nos negamos las mezquindades que muchas veces nos conducen. Pero, ¿qué pude sentir? Después de haber vivido toda una vida -me acerco a los sesenta años- entiendo algo más sobre mí. El terror al parto, quizá ya estaba en mí, y quizá esta novela lo acrecentó al ayudarme a conocer lo que sospechaba que era cierto. La exaltación de la maternidad, más allá de la biología, la maternidad como fuerza espiritual que encamina al ser hacia la bondad y la belleza. La maternidad pura y eterna que veía a través de mi madre, -nunca de la "Virgen", que no comprendía- se cristalizaba en este personaje sin el lastre del deterioro y el riesgo mortal de la maternidad física. La falta de una pulsión sexual hacia el sexo masculino, tal como se suponía que debía sentirla, mi rechazo visceral a convertirme en un objeto de satisfacción para otro ser humano y mi deseo de ser yo la que construyese cualquier relación, incluida la sexual, como un hombre, desde el poder o, si eso fuera posible, desde la igualdad. Pero ¿cómo? Todo esto, claro está, no lo encontraremos en La tía Tula, pero sí la encontramos a ella, tal y como Unamuno la creó desde sus limitaciones como hombre y como español nacido a finales del siglo XIX. Y hay que decir que su capacidad para desbordar esas limitaciones era prodigiosa.

 Las novelas de Unamuno son constructos de gran profundidad, sólo alcanzable por escritores que también han buceado en los entresijos de la filosofía y de la historia del pensamiento humano. En su deseo de alcanzar el ideal platónico de la bondad, de la belleza absoluta, de la verdad incontrovertible, sus personajes se hieren y sucumben o se alzan por encima de la pequeñez de su existencia para convertirse en algo que está por encima de su condición de ser humano o, incluso de personaje de ficción.

 ¿Qué es una persona? La búsqueda del sentido de la vida humana está volcada, con toda su ingenua y a la vez poderosa intensidad, en los protagonistas de las novelas, o las nivolas de Unamuno. Aquí encontramos una mujer que no cabe en sí misma, como decía Semiramis en el drama de Calderón de la Barca, es decir, en los márgenes donde la sociedad la ha dibujado. Desbordada por una pulsión de maternidad incompatible con su rechazo de la condición animal que indisolublemente lleva aparejada la reproducción. Ella no puede ser instrumento para la reproducción, “remedio” para las pulsiones sexuales masculinas, ella es el principio y el fin en el que se ha de asentar la vida, el camino a seguir, una luz y no una vela.

  Desde un supuesto como este, otro autor habría llevado al personaje hacia su destrucción, pero Unamuno conduce a Tula, desde su propia esencia trascendental, hacia la sublimación del sentido mismo de la existencia humana, que es el de vivir a través de nuestros actos y enseñanzas en los otros seres humanos. Si dios existe, si existe el bien, está aquí, en este instante en el que entendemos el amor, o la belleza a través de otro ser. Por eso, tras el primer desconcierto que se produce al tropezar con el final teatralizado de la novela, podemos llegar a comprender que sólo desde la encarnación del diálogo teatral pensaba Unamuno que era posible plasmar la esencia de esa trascendencia humana.

    Hace unos días vi la adaptación libre de la novela al cine. Nada queda de ella. La película, fílmicamente intachable, emplea el nombre de Unamuno para adquirir una pátina de prestigio desde la cual sostiene y defiende una visión del mundo anticuada y anacrónica, moralmente deleznable y que Unamuno probablemente hubiera considerado execrable. Desaparece la valentía con la que se aborda la problemática de la maternidad física. Desaparece la progresión con la que se van construyendo las relaciones a través del tiempo, y se desencadenan actos de brutalidad machista injustificables que, sin embargo, la película presenta como admisibles y lógicos. Se desprende a la protagonista de toda trascendencia, y se la coloca en el lugar de una marioneta, a través de una serie de tretas absurdas como que todos vivan en su casa, o que, en la traca final, un tren que va a no sé sabe dónde, la deje a ella sola y en tierra, fracasada en su intento disparatado de no aceptar su condición de mujer. “Pierde el último tren” dice la presentadora del programa coloquio posterior que, por supuesto, no vi.

  La existencia de esta película me hizo pensar en tantas otras creaciones fílmicas que desvirtúan enteramente la producción artística de la que han absorbido la idea central para ir desplegando fotogramas de mayor o menor impacto visual. El vómito de un néctar presentado en un plato de porcelana.

 Es imposible saber qué quedará en pie de esta novela dentro de cien años. Algunos dirán que si alguien la lee será porque antes haya visto esta película y que las películas ayudan a dar a conocer las ficciones de las que se nutrieron.

Puff, ojalá que esta película pueda ser vista como el soporte de un mensaje altamente tóxico y corrosivo más allá de la calidad de esas imágenes y esa “puesta en escena”, incluso si esto lleva a la triste y paradójica consecuencia de que las jóvenes generaciones de mujeres rehúyen ya y para siempre leer este libro. Habrá otros, espero, más y más libros escritos por mujeres que no necesiten ya que los hombres les expliquen cuáles son sus contradicciones, sus miedos y sus credenciales para llegar a trascender una vida humana.

   Mujeres que expliquen a otras mujeres que hay muchas formas de trascender además del cuidado de los seres débiles y de la educación, por muy loables que sean estas acciones y por muy difícil que sea conseguir que se compartan por el otro sexo.  Formas de trascender como la que el propio Unamuno, por cierto, padre de familia numerosa, consiguió con esta novela.