¿Te gusta leer?

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CLARABOYA.

 

Claraboya. José Saramago.

La luz tenue de la esperanza.

    Fascinante la experiencia de leer la primera novela del gran escritor portugués, la que fue, no ya rechazada, sino ignorada por las editoriales. ¿En qué novelista se hubiera convertido si se la hubieran publicado? ¿Habría tenido alguna repercusión este hecho en su libertad creativa? Quizás sí, y este es un motivo para dar la bienvenida a las derrotas, fracasos y episodios de mala suerte cuyas consecuencias a largo plazo son siempre imprevisibles; me anima a continuar con mi filosofía doméstica del “ya veremos”

Cuando le propusieron a Saramago la publicación del título una vez reencontrado el manuscrito que, al parecer se había perdido, el autor se negó a la publicación y la retuvo hasta después de su fallecimiento. Por tanto,  ahí está este regalo que nos ha hecho y que ha hecho al joven que fue.

 Lo que más recuerdo de la novela es lo bien entrelazadas que se encuentran las historias de los personajes,  el modo en el que nos los va presentando unos a través de otros, como corresponde a una novela coral.  La relación no parece forzada y la complementariedad entre ellos resulta orgánica y fluyente. Hay mucha buena literatura y muchas ideas; pero es una novela mucho menos literaria y ensayística que las que constituyen el universo conocido del premio Nobel. Todo el protagonismo lo tienen aquí estos seres llenos de vida, con sus frustraciones, sus ilusiones, sus fracasos y sus esperanzas; muy en la línea de la novelística europea del periodo, mediados del siglo 20. Uno de los aspectos que dan al texto un carácter moderno es la reflexión contemporánea sobre la mercantilización del cuerpo femenino y la necesidad de salir del círculo vicioso de la satisfacción del deseo del otro para obtener un lugar en el espacio público donde nos ha sido negado, una autonomía que es al mismo tiempo esclavitud y una seguridad que está teñida de miedo y de desprecio.

 Encontramos en la novela el tema constante de la integridad moral y la construcción de la identidad. Como el “yo” nos remite siempre e inevitablemente a las vidas de otros seres humanos, para reconocer en ellos nuestro propio devenir, nuestra ilusión de trascendencia, y nuestras verdades construidas desde una realidad que nos limita y nos define a pesar nuestro. Llama la atención la esperanzadora visión del joven Saramago, a través de la ternura, de la admiración por la música o del amor fraternal en el seno de la pareja humana. Las lecciones del personaje del  zapatero sobre el acto mismo de la entrega al otro contrastan con la durísima visión del ser humano del escritor consagrado. Es posible que a él mismo le doliese ese contraste y que por ello quisiera dejar la novela a un lado mientras viviese, como aquella niña que fuimos y que no ha de volver.