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EL ORGULLO DE SER MUJER.





  Como muchos clásicos de la literatura,  Orgullo y prejuicio comienza con una frase que impacta y que se recuerda: "Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa" Pero, ¿porque es tan llamativa? y sobre todo, ¿por qué Austen comienza la novela con esta frase? ¿Sobre qué principio quiere asentar lo que va a decir? Desde mi punto de vista, se trata de poner sobre el tapete una cuestión fundamental: la de que los hombres necesitan a las mujeres tanto como las mujeres necesitan a los hombres, incluso más. Las mujeres son absolutamente indispensables para tener hijos, herederos de esa fortuna. Se parte, por tanto, de una premisa completamente aceptada, ahora bien,  a partir de ella, empieza el proceso de deconstrucción. La primera piedra de esa deconstrucción es que en toda la novela no se hará la menor referencia al deseo de los protagonistas de reproducirse. El matrimonio se planteará como una institución que debe evolucionar. 

 “La felicidad en el matrimonio es sólo una cuestión de suerte. Siempre es mejor saber lo menos posible de la persona con la que vas a compartir tu vida”. Esta es una frase de uno de los personajes femeninos, la amiga de la protagonista que opta por un matrimonio de conveniencia con un ser mezquino. La escritora ha comenzado por reconocer que el matrimonio es una institución creada por la estructura social y que es necesaria y útil.  Sin embargo,  la concepción asimétrica del matrimonio, centrada en la capacidad de adaptación de la mujer y en su función reproductiva, es la que Austen está dispuesta a demoler.  

En este sentido,   es muy clave en el libro la cuestión de la herencia. Se comprende muy pronto que la autora quiere reflejar el padecimiento a que se sometía a las familias sin hijos varones, pues las hijas perdían todas sus propiedades quedando a merced de cualquier familiar. Este hecho no parecía tan negativo si se tenía en cuenta que las mujeres, en la sociedad británica del momento, a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, estaban destinas al matrimonio y que se las consideraba incapaces de administrar sus propiedades, Austen está viviendo justo en ese momento de cambio que precede a lo que será la gran revolución del sufragismo y la lucha por sus derechos de las mujeres británicas. En este contexto, presenta también las contradicciones que se producen entre las propias mujeres, la falta de empuje para el cambio de las que han conseguido suficiente poder económico y el miedo atroz de las que no lo tienen. A todas ellas se opone la protagonista, y sobre todo a los hombres, que han establecido esta estructura en su beneficio. 

  Las obras de Austen no solo describen el mundo, lo construyen, lo dirigen a través de una mirada que se centra en aquellos aspectos de las relaciones humanas que le parecen más convenientes para reconducir la idea de amor. La escritora muestra, a través de la protagonista, dos rasgos de gran importancia en el tipo de mujer que quiere que sirva como modelo para las lectoras: la sinceridad y la cultura. Austen deconstruye el concepto del baile y de la “chica más guapa del baile” y presenta a Darcy no mirando a Elizabeth sino escuchándola: “Se dedicó a escucharla hablar a los demás”. La atención que el protagonista pone en lo que dice, lo que piensa, es el camino por el que se enamora de ella y no otro. También es especialmente importante la referencia a la lectura dentro de la propia novela, las mujeres que la escritora quiere calificar negativamente son frívolas, capaces de hacer cualquier cosa con tal de hacerse con un hombre, especialmente fingir. Y ¡cómo no! si el hombre está interesado en la lectura pueden fingir que les gusta la lectura: “La señorita Bingley estaba angustiada con la idea de tener que entretenerse con un libro que había escogido sólo porque era la segunda parte del escogido por Darcy” (Así refleja Austen el pensamiento de este personaje, y poco después lo que dice al propio Darcy en su deseo de satisfacerle) “Qué agradable es pasar la tarde así. No hay nada tan divertido como la lectura. Cualquier otra cosa enseguida te cansa, pero un libro nunca”. Austen consigue con este procedimiento una complicidad  con las lectoras cargada de humor e ironía.



  Otra cuestión importante es la dialéctica entre el pensamiento del hombre y de la mujer enamorados. Esta contraposición de pensamientos no es nueva, puesto que ha sido siempre una de las claves del género dramático -La Celestina, Romeo y Julieta, El Perro del Hortelano- pero la extensión, dinámica, el humor y la ausencia de retórica del intercambio verbal permiten considerar los diálogos de Jane Austen como un hallazgo literario.  En ocasiones, este duelo dialéctico nos resulta divertido, como en este caso: “Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas?” “Conocer su carácter, sencillamente-dijo Elizabeth- Estoy intentando descifrarlo”. “¿Y a qué conclusiones ha llegado?” “A ninguna”. 

   Junto a esta visión innovadora de las relaciones desde la perspectiva psicológica, hay una visión también rupturista en cuanto a lo social. En este sentido, no es sorprendente que Darcy sea un hombre de mundo y muy rico, mientras que Elizabeth es una joven del campo y se encuentra en una situación económica difícil. Ahora bien, no es la cuestión de las clases sociales lo que interesa a la escritora como eje fundamental. Para cualquier lectora o lector avispado, es evidente que Austen ha venido a la literatura para construir un universo en el que las mujeres sigan sintiéndose atrapadas en la esquina del ring, pero estén averiguando nuevas formas de salir de ella, y una fundamental es la colaboración con los hombres que no quieran prolongar esta situación. No hay historia de Austen sin la complicidad con las mujeres de algunos de los personajes masculinos. La lucha no se sitúa sólo en el plano hombre-mujer, sino en el plano de quienes quieren cambiar y los que no. Y ahí entran en juego muchos intereses.

  Cuando el primo de la protagonista, y futuro heredero de su padre, se le declara, tiene la desfachatez de pedirle matrimonio sobre el supuesto de su propia felicidad y de la falta de opciones de ella. Comienza con una alabanza y termina con una amenaza. Viene a decir: eres admirable, pero eres un ser dependiente y yo te voy a poner en tu sitio, con la colaboración de tu familia. Pero el padre se pone del lado de la hija sin reservas.  Esta estrategia de crear un padre comprensivo y defensor de la libertad de la mujer, sin duda contribuiría a generar más simpatía entre los lectores masculinos más abiertos al cambio y facilitaría su publicación y difusión.

  El final de la novela no deja de ser un final feliz, de cuento, un final de “vivieron felices y comieron perdices” que satisfaría completamente a las jóvenes casaderas y a sus madres. La escritora no pretendía otra cosa, la novela debía de ser leída y consumida con fruición y así ocurrió. Es una novela optimista y que trasmite un mensaje de confianza en sí mismas para las mujeres. La sinceridad, la lectura y la bondad son tan importantes como la belleza. No sería un gran paso si no se atendiera también a la cuestión de la inteligencia y de la autonomía, del derecho a ser una misma por encima de todo. Es muy importante en la novela que este derecho no conduce a la derrota y al dolor, como en tantas obras literarias con protagonista femenina fuerte o rebelde, sino que conduce al éxito total, en los términos en los que el éxito podría considerarse en ese momento histórico. Su protagonista se enfrenta a la sociedad y consigue lo que la sociedad considera el mayor de los éxitos. No tiene miedo y no paga ningún precio por ello.  En todo momento ella ha actuado desde la razón y el juicio. Su conducta no ha estado dirigida por el capricho, sino por la inteligencia. En este sentido, la influencia de la Ilustración es evidente. El feminismo, hijo no deseado del espíritu ilustrado, se habría paso a partir de la asunción de la verdad fundamental: el hecho de que las mujeres son seres humanos completos y deben estar sujetos a las mismas normas de derechos y deberes que los hombres. Su Elizabeth no es un ser tan independiente como pueda serlo ella misma, la escritora, pero es que este no podía presentarse como un objetivo, un deseo compartido que inspirase a sus lectoras a cambiar el mundo a través de sí mismas. Tampoco construye su felicidad sobre el cadáver de otra mujer, como ocurrirá en Jane Eyre, la novela de Charlotte Bronte que tanto debe a  Austen. Su felicidad se construye únicamente desde su buen criterio y su valentía. 

  No quiero terminar esta entrada sin referirme a un detalle: la decisión de la autora de enfrentar a la pareja, ya formada, con la carga de la hermana estúpida y de su pareja impresentable y aprovechada. Es la hermana y hay que ayudarla, aunque sin excederse y sin sufrir ninguna angustia intentando modificar un comportamiento que, a todas luces, no se puede modificar. Esta referencia a algo tan prosaico y realista le da el "toque Austen" a la narración y la eleva por encima de las idealizaciones tópicas de las relaciones de pareja perfectas, precisamente bajándola a la tierra y al polvo del que la escritora consigue formar a sus inmortales héroes femeninos.





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