¿Te gusta leer?

¿Te gusta leer?

Lázaro, o el río de la vida.


 

    Llama la atención que Lázaro sea el nombre del resucitado por Jesús en la Biblia. Condenado a vivir de nuevo, como el monstruo de Mary Shelley. Y es que la vida nos lleva muchas veces por caminos inesperados, nos arrastra, nos empuja como a través de un río bravo y plagado de rocas contra las que nos estrellamos sin remedio. No importa si queremos vivir o no, nadie nos preguntó a la hora de nacer, ningún hombre o mujer participó en la decisión de su género, de su lugar de nacimiento, ni tan siquiera de su nombre. 

   Pero en ese recorrido, el sentido práctico no deja de ser importante. Pocas novelas tratan con tan cruda sinceridad la importancia de ese sentido práctico, más allá de la moral y de otras grandes ideas como quién es uno mismo o la existencia de uno o varios dioses. ¿Cómo poder tener asegurada la comida y la casa? Esta era la principal cuestión para Lázaro, nacido en el río Tormes del vientre de una madre pobre y sola. 

   
   A lo largo del libro acompañamos a Lázaro, desde su infancia, en esa búsqueda de un lugar en el mundo, no un lugar para ser de esta o aquella manera, un lugar para, simplemente, sobrevivir. Para conseguirlo accede a una situación que muchos juzgarán intolerable y que el propio Lázaro niega. Pero escribe todo el libro, su biografía para explicarnos el camino que le ha llevado hasta la situación en la que el niega encontrarse. Una paradoja llena de sentido pero que deja al lector o lectora en una situación compleja a la hora de construir el significado de lo que acaba de leer. Y es que El lazarillo no es un libro para niños y niñas, en absoluto, (aunque varios capítulos, sobre todo el primero,  puedan leerse por menores disfrutando de la gracia y del ingenio que desprenden)

  Pero ¿quién ha inventado a Lázaro y por qué? Este es otro enigma. Nunca sabremos quién es el autor o autora de la obra, difícil es, por tanto, penetrar en sus intenciones. Sin embargo, podemos aventurarnos a suponer algunas:

   Podemos, ante todo, unir la construcción del significado global del libro con la posible intención que hay detrás: desarrollar la empatía hacia las personas pobres, conseguir que juzguemos menos duramente al que vemos humillarse ante el poderoso, si no hemos pasado por las calamidades que ha pasado. ¿Juzgas que esta persona no vale nada? Bien, escucha cómo ha sido su vida y después, calla porque no sabes lo que habrías hecho tú. Esto es lo que parece decirnos. 

  Pero no sólo este mensaje podemos extraer del libro, al comunicarnos con el escritor o la escritora cuya identidad nunca conoceremos... descubrimos toda una visión de una época, la época en la que vivió y en la que comprendió que no debía exponerse a ser conocido. Muchas veces he pedido a mi alumnado que me expliquen argumentos a favor y en contra de leer a los clásicos, y siempre me dicen, entre las razones a favor, que leer las obras antiguas es la única forma de conocer el mundo antiguo y que cuando entramos en ese mundo vemos en qué hemos cambiado y en qué no. Así es. 


   En El Lazarillo, podemos encontrar el reflejo de la hipocresía social y de la lucha por la vida que todavía subsisten y me pregunto si algún día dejarán de existir, ojalá así sea; también podemos encontrar el reflejo de un poder religioso que ya ha desaparecido en Europa, o de unas clases sociales en decadencia, los hidalgos y los escuderos, que reflejaban una España en pleno proceso de transformación. Pero sobre todo en  El Lazarillo encontraremos una vida, un ser humano, un aprendizaje, desde la dureza del día a día: el deseo de venganza, la inocencia, el arrepentimiento, la soledad, la educación basada en la crueldad, la indefensión, el egoísmo, la frustración, la necesidad de amor y la vergüenza. 

   A diferencia del terrible y clasista libro de Quevedo, El Buscón, en el que el pobre, el loco, o el marginado es motivo de burla y escarnio, aquí, como en El Quijote, las debilidades, las torpezas y el dolor del protagonista nos llevan a un lugar muy diferente. Cuando nos reímos, y cuando la risa se nos queda parada en el estómago, lo que sentimos no es desprecio, ni tan solo compasión, hay una especie de identificación, una suerte de hermanamiento que nos hace decir: esto lo entiendo, lo comprendo, lo he vivido, lo he sentido o lo he imaginado.

   Entra una vez más en la máquina del tiempo y sumérgete en el mundo y en la época de Lázaro de Tormes. Acompáñale en su viaje, no le juzgues ni le compadezcas, sólo comprende sus sentimientos y descubrirás el poder liberador de la empatía. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario