
Alice Walker, nació en Georgia en 1944, es la menor de los 8 hijos de la pareja de granjeros descendientes de esclavos, pero también de irlandeses e incluso cherokees. A la edad de 8 años, Alice sufrió un accidente mientras jugaba con uno de sus hermanos y a raíz de esta lesión, perdió la vista en su ojo derecho, lo que la convertiría en una adolescente reservada y sombría que acabaría por encontrar refugio en la creación literaria. Tras graduarse en el instituto, dejó Eaton para trasladarse al Spelman College de Georgia en 1961. Antes de su partida, su madre, una mujer con una extraordinaria visión a pesar de sus circunstancias, consiguió ahorrar dinero para hacerle a su hija tres regalos. Así lo cuenta la propia escritora: Mi madre me regaló tres cosas explicándome para qué era cada una: Una maleta: para recorrer el mundo. Una máquina de escribir: para transformar el mundo. Una máquina de coser: para sobrevivir en el mundo.

En 1964, atravesó una dura crisis personal tras descubrir que estaba embarazada. Durante días contempló la idea del suicidio llegando incluso a dormir con una cuchilla bajo la almohada. Una vez más, consiguió refugiarse en la literatura y decidió someterse a un aborto y continuar con su vida.
Fue precisamente durante este periodo de angustia e
incertidumbre cuando escribió la historia titulada To Hell with
Dying que se publicaría un año más tarde bajo la supervisión
de su profesora Muriel Ruykeyser. Dos años más tarde, Walker se
casaría con el abogado de derechos civiles Melvyn Laventhal,
constituyendo, pese a la presión social de su entorno, la primera
pareja interracial de Mississippi. La pareja experimentó una serie
de problemas derivados de las contradicciones entre la visión
progresista del marido y las limitaciones del matrimonio que, sin
duda, permitieron a la escritora profundizar más en el feminismo. Al
cabo de unos años, Alice se divorciará de su esposo y recuperará
su apellido de soltera.
Con Laventhal Alice tendría una hija. Rebeca, representante del llamado "feminismo de tercera generación", nombre al que se da al feminismo "integrado" en las luchas sociales. En otra palabras, al que considera las cuestiones de clase social y racial por encima de las de género. No deja de ser paradójico que su hija represente este retroceso, de alguna manera, como respuesta a lo que ella misma consideró el abandono de la madre. Sea como sea, la hija consiguió la autonomía vital y la fuerza y libertad personal y sexual que tan importante había sido para su abuela y su madre. Quizá más difícil le ha sido comprender el precio que se tenía que pagar por las generaciones de mujeres que la precedieron. Y es que sólo hay una cosa que las hijas no perdonen a las madres: la falta de dedicación. Mientras en el padre se busca el reconocimiento, una madre que sacrifique su maternidad no es comprendida fácilmente.
La cuestión feminista es absolutamente crucial en el libro que vamos a considerar aquí.
En sentido general, si queremos leer un libro realista, crítico, social, con conciencia social y perspectiva racial y de género. Si queremos leer un libro que mantenga una posición crítica hacia el papel de la religión en la vida social y la mismo tiempo, queremos leer una novela llena de esperanza y comprensión, ese libro es El color púrpura.

A pesar de esta visión global del mundo positiva y reconciliadora, no por ello el libro elude la crítica y la denuncia de la situación de explotación en la que vivían las mujeres negras en el periodo que representa, y en la que, lamentablemente, viven aún tantas mujeres en el mundo. Esta explotación se produce sobre todo dentro del sistema patriarcal que la sustenta, pero también se apoya e integra dentro de un sistema de clases sociales y de opresión racial y estos tres ejes se ponen de manifiesto en la novela con especial atención a las dificultades que tienen las mujeres negras para alcanzar autonomía y empoderamiento dentro de los estrechos límites emocionales y económicos en los que vivían en la primera mitad del siglo XX, especialmente a raíz de la crisis económica, en el sur de Estados Unidos. Si la vida de los hombres negros era difícil, más aún lo era la de las mujeres sometidas doblemente.

Por otra parte, ¿una novela con un enfoque más crítico hacia los orígenes de la opresión podría haber llegado a las lectoras y lectores en los años 80 del siglo XX? Es de suponer que no. De hecho, la novela ha sido criticada por la visión "estereotipada" del hombre negro sureño americano, como no podía ser de otra forma. Esta crítica, especialmente dentro de la propia comunidad negra, no ha impedido el reconocimiento de la novela a nivel internacional. Obtuvo numerosos premios, entre ellos el Pulitzer y es conocida en todo el mundo. Esta fama internacional llevó al afamado director Steven Spielverg a hacer una interesante adaptación fílmica en 1983. En ella se darían a conocer dos de las mujeres más influyentes en la cultura estadounidense actual, Whoopi Goldberg y Oprah Winfrey.
Es innegable el magnetismo y la influencia ejercida a lo largo de estas cuatro décadas por El color púrpura y por su autora, actualmente también defensora de la libertad sexual y de los animales. Siempre coherente y liberadora, sin duda ha sabido seguir el consejo de su madre, la señora Minnie Talulah Grant. Desde aquí, nuestro sentido agradecimiento a ella y a todas las mujeres que fueron capaces de impulsar la generación siguiente, a la que tanto debemos.
Secuencia de la película.