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LA MÁSCARA DE LA IDENTIDAD.


 La obra se abre con la súplica de Edipo, el rey, angustiado por la peste que asola sus tierras, pide consejo al Oráculo. Este es claro: “eliminar la lacra con el destierro o pagando un asesinato por otro”...pero ¿El asesinato de quién?, pregunta Edipo. Así empieza esta obra clásica de todos los tiempos, con una pregunta que debe desvelarse, con la resolución de un caso. No deja de llamar la atención que el eje de la tragedia sea eso, un caso. Y es que revivir el proceso que conduce al asesinato, el asesinato en sí, el desvelamiento del culpable y el subsiguiente castigo que, suponemos o contemplamos, constituye, todavía hoy en día y gracias a innumerables series de televisión, el entretenimiento principal para muchas personas. Ahora bien, muy pronto sabremos que la tragedia es algo más que la resolución de un simple caso. El protagonista, el detective, el responsable de ejecutar la ley es también el culpable y además, y eso es lo más sorprendente, no lo sabe.

Una de las principales cualidades de esta obra magistral es que el interés con el que se sigue cuando no sabe quién es el culpable aumenta más, si cabe, cuando sí se sabe. Conocer la trama no reduce sino que acrecienta, a mi juicio, la significación con la que se carga cada frase y cada gesto. Especialmente el momento inicial en el que Edipo, dirigiendose al coro dirá: “Aquel que entre vosotros sepa por mano de quien murió Layo, le ordeno que me lo revele todo” Tiresias, sabedor de quién es el culpable, se niega hasta el momento en que, llevado por un duelo dialéctico con Edipo le arroja: “Afirmo que tú eres el asesino que estás buscando”

Es, a mi juicio, interesantísimo el modo en el que la alta cultura, el teatro, una de las cimas de la civilización y por tanto del distanciamiento respecto de nuestra condición animal, trata una cuestión que nos conduce hasta nuestras raíces animales, la relación sexual entre la madre y el hijo, la cría de macho que elimina al viejo progenitor para hacerse con la hembra que le ha engendrado. El tabú del incesto es, sin duda, uno de los más asentados en la civilización. Si bien el matrimonio entre hermanos continúo aceptado durante mucho tiempo, así como otros familiares menos cercanos, primos, tíos y sobrinas... las relaciones sexuales entre progenitores y descendientes son consideradas una aberración. Pero la obra de teatro tiene el atrevimiento de lidiar con un problema que reconoce como existente a través de Yocasta, que dice:¿Qué puede temer un hombre si le gobierna el destino, lo mejor es vivir al azar, como cada uno pueda. Y no tengas miedo por lo de acostarte con tu madre (en este momento están pensando en la madre adoptiva de Edipo, que él cree su verdadera madre), hay muchos hombres que lo hacen en sueños, pero los que no se obsesionan con estas cosas son los que mejor viven” Es difícil interpretar la intención que el autor quiere dar a estas palabras en el contexto de la obra. Si se contrasta la actitud tolerante con el suicidio posterior, podemos concluir que para Sófocles era importante abordar el tema del incesto como una cuestión grave, más allá del artilugio que monta en la obra teatral.

Pero volvamos al mundo interior del protagonista. Edipo relata como se sintió ofendido al oír que era adoptado, y aterrorizado por el augurio de que matará al padre y se acostará con la madre. En el camino, ciego de ira, reacciona violentamente en un altercado. “Maté a todos” En este punto el autor es claro. Dice el coro en el Estásimo III: “ El orgullo engendra al tirano. Cuando el orgullo se sacia estúpidamente de muchas cosas que no son oportunas subiéndose a lo más alto, luego se precipita hacia un abismo de fatalidad. Si alguien se comporta de manera arrogante, en acciones o palabra, ¡ojalá le alcance el funesto destino por causa de su infortunada arrogancia!”
Por tanto ha sido el orgullo lo que arrastra a Edipo hacia su perdición. Pero en las palabras del coro vemos como la moral griega se debate entre la aceptación del destino escrito y la de la idea de responsabilidad. La frase no tiene sentido, por una parte el destino es imposible de vencer, por otra la causa de ese destino está en la conducta, la conducta orgullosa. ¿Es por tanto el hado o es el orgullo el causante del dolor? ¿Cómo se engendra? Esta contradicción está en la esencia de las religiones. La idea central es la obediencia, la sumisión y la humildad (incluso en un rey) Sabedores de las maldades que engendra el orgullo, el saber, asumido por la civilización, quiere conducir al sujeto a dos motivos de autocontrol, de una lado has de ser humilde porque tu falta de humildad engendrará tu perdición, y de otro has de ser humilde porque lo que te suceda no está, en verdad en tu mano. ¿En qué quedamos? El propio Edipo se debate en esta paradoja: ¿Acaso no creerá todo el mundo que ha sido un dios sin piedad quien ha maquinado todas estas desgracias? Al fondo, el interés moral es el de conseguir que la conducta humana no esté regida únicamente por el egoísmo y ambas visiones se superponen haciéndose fuerza mutuamente, a pesar de su incompatibilidad, desde el punto de vista racional.
El desenlace trágico termina con el suicidio de la madre y con la tortura que el protagonista se inflige a sí mismo. “ arrancó los dorados broches de su vestido con los que se adornaba y, alzándolos, se los clavó en los ojos. (…) Su legendaria felicidad anterior era de verdad, pero ahora, todo es llanto, infortunio muerte e ignominia

El espectador ante tanto dolor y desgracia no podrá evitar sentirse conmovido, y más aún cuando aparecen en escena las hijas de Edipo y este se deja arrastrar por la emoción: ¡Oh! ¿Hijas, dónde estáis? Acercaos a mí. Lloro por vosotras dos cuando pienso en la amarga vida que os espera. (…) Toda su preocupación está puesta ahora en ellas y le suplica a Creonte: Apiádate de ellas! Su aislamiento será terrible si tu no las ayudas. ¡Oh, hijas! Si ya tuvierais uso de razón os daría muchos consejos. Ahora suplicad conmigo para que donde os toque en suerte vivir, tengáis una vida más feliz que la que le toco al padre que os dio el ser.” Creonte le frena: con una dureza que resulta sobrecogedora. “Basta ya de gemir” Le separa de las hijas, aunque el está aferrado a ellas y le grita, no pudiendo evitarlo: “No me las arrebates

Y aquí llega al espectador la última y primordial lección: “No quieras vencer en todo. Ganaste muchas veces, pero tu buena estrella te ha abandonado al final de tu vida.” Y el coro, termina con esta reflexión: “Solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo al que los ciudadanos miraban con envidia por su destino. En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar. De modo que ningún mortal puede considerar a nadie feliz, hasta que llegue el término de su vida sin haber sufrido desgracias.”

Así pues, ante nosotros tenemos de forma claramente explicada, y sentida por el procedimiento catártico que tan extraordinariamente describió Aristóteles, la lección moral crucial: la de que el hombre debe ser humilde, que al final siempre espera la muerte y sólo al final, ante la muerte, podremos hacer balance de la vida. No se debe envidiar pues a nadie, por muy poderoso y afortunado que nos parezca, pues el infortunio puede alzarse sobre él en cualquier momento de la manera más cruel e insospechada. Conformidad, humildad y sosiego ante la vida. Comprensión de que incluso el lugar más alto puede convertirse en el más bajo de un día para otro.

Estas lecciones, si bien son clave para comprender la obra y su intención en el contexto histórico en el que fue creada, no son lo más interesante para un espectador actual. Para una persona del siglo XXI lo que todavía sigue en pie es la reflexión moral con su trasfondo existencial. Porque Edipo rey introduce en la literatura una cuestión moral de gravedad incuestionable, a saber: ¿es culpable del daño el que lo ha infligido de manera inconsciente? ¿Es el acto en sí lo que debe juzgarse o la intención? Y, aún más profunda es la reflexión a la que nos conduce Sófocles cuando nos clarifica que, con independencia de lo que decida la ley, es nuestra propia conciencia la que no resiste el sentimiento de culpa por el daño causado. Así ocurre cuando es el propio Edipo quien se ciega a sí mismo ejerciendo en su propio cuerpo una venganza imposible de ejecutar. Porque ¿Cómo vengarse del delito cuando uno es al mismo tiempo ejecutor y víctima? ¿No es esta la quintaesencia de la tragedia? Sófocles nos presenta el dolor moral como el mayor dolor posible, aquel que deviene de la pérdida del yo, del desprecio del yo, cuando uno descubre a otro dentro de sí mismo, un ser que desprecia y del que abomina sin posibilidad alguna de desasirse de él.  

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