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LAFAYETTE, INVENTANDO LA NOVELA.



-Este comentario contiene información concreta sobre el contenido de la historia y no se aconseja su lectura previamente a leer la novela misma-.

Considerada por la crítica contemporánea como la primera novela psicológica moderna, La princesa de Clèves fue publicada por primera vez en el siglo XVII, en el año 1678. Por la precisión con la que recrea el ambiente de la corte francesa y la referencia a hechos reales, también se la considera como antecedente de la novela histórica. Fue un éxito rotundo tanto en Francia como en otros países de Europa, en los que se publicó provocando gran revuelo y acalorados debates. La obra es una especie de institución en Francia, se celebran lecturas públicas y actos institucionales en torno a ella. Se basan en ella la película del mismo título adaptada por Jean Cocteau, y ha inspirado otras películas, La Carta, de Manuel de Oliveira, 1999, Fidelidad, de Andrzej Zulaxki y La Belle personne del año 2008, ambientada en un instituto.

La escritora, Madame de La Fayette, originalmente Madeleine Piochet de la Vergne, nació en el entorno de una familia noble, su abuelo había sido médico del rey y su padre era caballerizo de la casa real. Siendo muy joven pasó al servicio de la reina Ana de Austria, lo que le permitiría entrar en el círculo de Gilles Ménage erudito y lingüísta, redactor del primer diccionario etimológico francés y partidario de la educación femenina, por lo que sería caricaturizado por Moliere en la misógina obra Las mujeres sabias. Debido a su notable inteligencia, fue admitida en los salones literarios más importantes, que estaban a cargo de las grandes damas de Francia. A los 22 años se casó con el noble del que tomará el nombre por el que se la conoce. Tuvo dos hijos y abrió en París, su propio salón literario de gran éxito.

La novelista era muy consciente del trabajo de refundación de la novela que estaba realizando, así como su entorno, como se muestra en el hecho de que el famoso Tratado sobre el origen de la novela, de Segrais y Huet, fuera publicado como prefacio de otra de sus novelas: Zaida. De su notoriedad da fe el hecho de que fuese amiga íntima de personajes clave de la época como La Rochefoucauld, Racine, La Bruyére o Boileau.

La novela comienza por una presentación de la corte, con una larga descripción ambiental que nos rechina un poco hoy en día, pero que, en su momento, por su extensión y detalle, era un antecedente de lo que serán los famosos comienzos descriptivos de las novelas del siglo XIX. La autora parece comprender que el personaje central debe ser cuidadosamente integrado en su contexto, siendo esta idea misma uno de los ejes que la convierten en un antecedente de la novela posterior. Después retrocede y nos lleva al lugar común, presente en cualquier narración clásica, de la búsqueda del buen partido para la bella joven: “Aquella heredera era, a pesar de su juventud, uno de los mejores partidos de Francia” En esta primera parte del libro primero, la voz narrativa tiene un peso innegable, llenando la narración de impresiones y de valoraciones que irán poco a poco disolviéndose en la marea de los personajes. Concede por primera vez la palabra a La Delfina: “Ya veis, le dijo, que mi poder es sólo mediocre” y continúa hablando toda la página siguiente a cerca de sus impresiones. La protagonista contestará y esta es la primera vez que conocemos su pensamiento: “La señorita de Chartres le dijo que aquellos tristes pensamientos carecían de todo fundamento
Así, desde el minuto uno, se caracteriza a la joven como una persona dominada por la razón y el intelecto. -Este predominio de la razón, algo tan crucial si tenemos en cuenta que el siglo venidero será llamado como el Siglo de las luces, es otro eje innovador de la novela- La aparente frialdad y falta de interés por el asunto del matrimonio deja a la madre algo confusa. Cuando le propone como candidato al señor de Clèves, ella contesta que: “también veía sus buenas cualidades y que se casaría con él con menos repugnancia que con cualquier otro.”
La primera conversación larga del libro se establece entre la pareja antes de haber contraído matrimonio. El señor de Clèves le manifiesta a su futura esposa la inquietud por su frialdad. “Es injusto que os quejéis, no sé qué más podéis desear de mí”. Ya en esta primera conversación vemos otro elemento innovador, la construcción de los diálogos; estos son mucho más ágiles y realistas de lo que solían serlo en la narrativa antecedente y desde luego, no tienen nada que ver con la retórica y los juegos lingüísticos de los diálogos den verso del teatro.*

Llegamos a la “escena del baile”* otro tópico literario que se mantuvo y se mantendrá vivo hasta nuestro días. En el baile se conocen el hombre y la mujer hermosos que dejan atónita la sala mientras todo desaparece a su alrededor. Ella ya está casada. En principio, este no es más que otro tópico literario de la literatura clásica. Ahora bien, pronto adivinamos que el enfoque va a ser distinto al habitual cuando la novela nos sitúa en el ambiente de la mujer y en su mente a través de la relación con su madre. Efectivamente, al regresar a casa, la joven acude al cuarto de su madre, por primera vez, para hablar con ella. “Llegó del baile tan llena de todo lo ocurrido” dice La Fayette. y la dama comienza a alabar al joven señor de Nemours de manera que “dio mucho que pensar a la madre”. Más adelante, la protagonista comprende lo que siente, precisamente, a través de su madre. Esta pone a su hija en situación de sentir celos contándole sobre los amoríos de Nemours y confirma sus sospechas al descubrir en su hija expresiones que delatan sus fuertes emociones. La propia Señora de Cléves se da cuenta de que lo que siente es aquello que su marido le pedía que sintiera, aunque “hasta entonces no se había atrevido a confesárselo a sí misma” La madre enferma y, en su lecho de muerte, se siente tan indefensa e impotente (podemos imaginar también, tan culpable) que no quiere escuchar las confidencias de su hija “ Sentís una gran inclinación hacia el señor de Nemours, os ruego que no me lo confeséis: ya no estoy en estado de utilizar vuestra sinceridad para guiar vuestra conducta.”*

Es interesante considerar, llegados a este punto, como la autora desarrolla el entramado emocional desde dentro de los personajes, no de sus acciones, sino de sus pensamientos, lo que piensan y lo que no se atreven a pensar y acaso a sentir. Pero no lo hace a partir del monologo instrospectivo sino del diálogo, es en la conversación en la que los personajes van clarificando sus propias emociones de un modo dinámico. Por otra parte, el protagonismo femenino es de un enorme grado de innovación. La sinceridad es la nota característica y los personajes femeninos expresan sus reservas con una sinceridad que debió resultar muy chocante en la época “ Si ha de suceder esa desgracia recibo la muerte con alegría para no ser testigo de ella” La madre da muestras también aquí de una cobardía insólita. La situación la supera. El ejemplo para la hija es este: evitar el dolor a toda costa, especialmente si estamos persuadidos de que no vamos a ser capaces de vencerlo. Es una imagen de una madre poco convencional, ni mala y egoísta, ni tampoco entregada y sacrificada, heroica. Simplemente, un ser humano con sus debilidades.

Desde el punto de vista narratológico, es importante considerar la transición hacia la segunda parte, una vez establecido ya el lugar emocional de la protagonista y por tanto el conflicto que se desarrollará en su interior en las siguientes páginas (a diferencia de la madre, nosotros sí queremos saber en qué acabará el asunto). El enlace se establece empleando una estrategia que estaba presente en obras del siglo anterior, como en la primera parte del Quijote: un personaje, en este caso el marido, se dispone a contar una historia que tendrá mucha relación con la trama de la novela...la novela de la que él forma parte sin saberlo... La ironía de la situación es que va a hablarle a su esposa de una mujer ya comprometida pero enamorada de otro hombre y comienza por decirle. “Las mujeres son incomprensibles y cuando las miro a todas, doy gracias por la suerte de haberos encontrado y no paro de admirarme de mi felicidad.” Conformado ya con la frialdad de su esposa hacia él, cree que esta frialdad es consustancial a ella y que esto le protege de ser engañado. ¡Qué irónico resulta escuchar estas palabras! ¡Y qué desagradable y triste para la protagonista!
Una vez más el diálogo se emplea como instrumento de análisis y de reflexión, pero no de actos ni de pensamientos sino de sentimientos. Es notable la sutileza y penetración con la que la escritora analiza el proceso de duelo frente al de los celos en uno de sus personajes masculinos, y cómo se debaten en su mente atormentada por la pérdida y la decepción simultáneas. “Me entero de que me engañaba y de que no merece mis lágrimas, sin embargo, siento el mismo dolor que si me hubiera sido fiel y siento su infidelidad igual que si no hubiera muerto.” Ahora bien, ya era bien sabido y ratificado por la literatura el tormento de los celos para los hombres, pero los celos en las mujeres era considerado otra cuestión. La enseñanza de que se había de saber vivir con ellos era la norma y una cualidad nada desechable para cualquier mujer que esperara gozar de una vida tranquila. La cuestión de la doble moral es otro aspecto clave para comprender la cosmovisión del libro*

Inmediatamente después de relatar la historia, el marido dice unas palabras que tendrán una importancia crucial “ tanto me conmueve la sinceridad que, si mi amante, o incluso mi mujer, me confesara que alguien le gustaba, me entristecería sin amargarme. Olvidaría el papel de amante o de marido para aconsejarla y compadecerme de ella” De esta manera la escritora establece la distancia entre la imagen de uno mismo y la realidad. El contraste entre el querer sentir y el sentir, que es clave para comprender el libro.
Uno de los fragmentos más interesantes de esta segunda parte es el relato del torneo, otro lugar común en la literatura precedente. El detalle con el que se describe la actividad se enmarca dentro de los aspectos que sitúan la novela como antecedente de la novela histórica. Por otra parte, es muy llamativa la semejanza con la carrera de caballos relatada en Ana Karenina. El tema de la dama que contempla a su amado en la justa e intenta controlar sus emociones está presente en la literatura caballeresca, pero el modo concreto como se desarrolla en esta novela es tan similar a la del escritor ruso, que el paralelismo debe considerarse, a mi juicio, como posible inspiración.

Corrieron todos hacia él creyéndole herido de consideración. La señora de Clèves lo sentía aún más que los demás. El interés que por él se tomaba le hizo sentir tanto miedo y emoción que ni siquiera pensó en disimularlo; se acercó a él tan mudado el rostro que cualquier hombre menos interesado por ella que el caballero de Guisa, se hubiera percatado de ello, de modo que lo advirtió fácilmente y puso mayor atención en observar el estado de la señora de Clèves que en interesarse por el señor de Nemours. (...)acabo de perder el triste consuelo de creer que todos los que osan miraros han de correr la misma suerte que yo”

En el análisis de la motivación que explica las conductas, la escritora se refiere con notable acierto a la voluntad de ganar, especialmente en la mentalidad masculina, de plantearse un objetivo y lograrlo, ante los demás y ante uno mismo. Así, por ejemplo, cuando el caballero de Guisa comprende que nunca ha de lograr a la señora de Clèves, busca otro objetivo con el que demostrarse a sí mismo y a los demás su capacidad, y muere en el intento. La Fayette reflexiona así sobre la motivación de su personaje: “el único disgusto que mostró al dejar la vida fue no haber podido llevar a cabo la ejecución de su proyecto, cuyo éxito creía infalible, por tantos cuidados como en él había puesto”. Analiza indirectamente, de este modo, uno de los supuestos de la visión masculina del mundo: El ganar es más importante que el vivir. También esta actitud la encontramos en algunas mujeres, así, por ejemplo, podemos leer en una carta enviada por una dama al duque de Nemours en la que el disimulo y el enredo se convierten en los instrumentos que permiten a las mujeres de la corte preservar su orgullo. “ Decidí enviaros una cartas lánguidas y tibias, para que la amiga a la que suponía que las ibais a enseñar viera que yo ya no os amaba. No quería que tuviese la satisfacción de ver que triunfaba sobre mí, ni quería aumentarla con mi desesperación y mis reproches”(...) “El orgullo que anida en vuestro corazón os hizo tornar a mí, a medida que yo iba alejándome de vos. He gozado del placer que proporciona la venganza” Este toma y daca de voluntades, este duelo de vanidades comunicado a través de cartas se constituirá en uno de los ejes de la novela epistolar del siglo XVIII, especialmente Las Amistades Peligrosas, y a su vez constituye el puente a hacia la novela psicológica romántica que parte de otra obra epistolar, Werther.

Llama especialmente la atención la triste exhibición de poder que hace la reina al emplear su posición para granjearse un amante, así como su solicitud al cerciorarse, equivocadamente, de que no tenga otra. En este sentido, como en muchas obras literarias escritas por hombres, los personajes masculinos aparecen muy dados a mentir a las mujeres, como si la mentira fuese un componente consustancial de su trato con ellas.* Sin embargo, en esta novela, la manera en la que hablan unos con otros y sus reacciones emocionales ante las propias mentiras, constituyen sin duda una novedad y una audacia por parte de la autora. Así habla el Vídano al señor de Nemours al pedirle que finja que una carta ha sido enviada a él para engañar, nada menos que a la reina. “Conseguí tranquilizarla a base de atenciones, sumisiones y falsas promesas” La ironía y jocosidad con la que se presenta la actitud de este personaje no da lugar a dudas: Si la reina lee la carta, comprenderá que la engañé y que, al mismo tiempo que la engañaba con la señora de Thémines, engañaba a esta con otra; imaginad que va a pensar de mí; ya nunca más se fiará de mi palabra.”
La sencillez y penetración con la que la autora refleja el proceso del enamoramiento y el modo en que afecta a la conducta puede observarse en las siguientes palabras en las que describe el efecto que produce estar con el ser amado y cómo lo observa la protagonista con asombro en su propio ser. La mujer se presenta “contemplando su estado” por emplear la expresión petrarquista, y de este modo, la escritora se hace con el topico literario dándole la vuelta: “La Señora de Clèves se quedó sola y en cuanto no se vio sostenida por la alegría que proporciona la presencia de la persona amada, pareció volver de un sueño; advertía con asombro la prodigiosa diferencia entre el estado en que se encontraba la noche anterior y esta. No se reconocía a sí misma”. Lo importante es, para la autora, mostrar sus contradicciones internas, la lucha entre el deseo de ser feliz y el sentimiento de culpa que le produce comportarse mal con un esposo al que no tiene nada que reprochar y al que quiere como amigo. Pero va más allá, la mujer reflexiona sobre si estos sentimientos, esta dependencia es buena en sí misma, más allá de los escrúpulos que le produzca engañar al marido. Una actitud racional la aconseja continuar estable sin exponerse a perturbaciones que la hagan entrar en una montaña rusa emocional perdiendo el tan preciado dominio de sí misma. No sabemos, en este punto cuál pueda ser la opinión de la escritora al respecto. Aquí la voz narrativa se limita a presentar los personajes y su coherencia interna sin juzgarlos y emplea, acertadamente, el monólogo interior. Obsérvese la total ausencia de retórica frente al monólogo teatral.Le pareció que era imposible estar satisfecha de su pasión. ¿Qué es lo que pretendo hacer?¿Voy a soportar que él me hable de su pasión?¿Responderé a ella? ¿Voy a engañar al señor de Clèves? ¿Me faltaré a mí misma?¿Acaso quiero exponerme a los mortales padecimientos que da el amor? Todas mis resoluciones son inútiles, ayer pensaba lo mismo y hoy hago lo contrario de lo que decidí ayer.

La tercera parte comienza por construir la escena clave, la situación más importante de la novela y una de las más tratadas y consideradas de la literatura, suscitó un enorme revuelo en el momento de su publicación y, todavía hoy en día, constituye un hallazgo de una valentía literaria asombrosa. Me refiero a la parte en la que la esposa le confiesa al marido lo que siente. Es su amigo, es su apoyo... ¿No debería actuar, por tanto, comunicándole lo que la atormenta? De hecho, como vimos al principio, él mismo la animó con sus palabras a hacerlo. Así lo hace. Recordémoslo:

Pues bien, señor, voy a haceros una confesión que jamás mujer alguna hizo a su marido, pero la inocencia de mi proceder y de mis intenciones me dan fuerzas para ello. Jamás di muestras de debilidad ni las daré nunca si me permitís retirarme de la corte. Os pido mil perdones si mis sentimientos os desagradan, pero al menos no os ofenderé con mis acciones. Pensad que para hacer lo que ahora estoy haciendo hay que sentir más estima y amistad por un marido de la que jamás nadie sintió. Ayudadme a guardar un buen comportamiento, tened piedad de mí, y amadme si es que podéis, a pesar de todo. -El señor de Clèves había permanecido todo este tiempo con la cabeza entre las manos y fuera de sí- Más bien sois vos quien debe tener piedad de mí, Señora. La necesito. Y perdonadme si, en los primeros momentos no respondí como es debido a vuestra lealtad. Me parecéis más digna de estima y admiración que ninguna otra mujer en el mundo, pero me siento el más desgraciado de los hombres que jamás pudo existir.”

El marido expone así, con igual franqueza el dolor de comprender por labios de la persona amada lo que ya había comprendido el otro enamorado, que ella sí puede amar, pero no a él. Esta certeza es muchísimo mas dolorosa para el marido puesto que ha vivido con ella y es su esposa y no una mera pretensión. Por eso dice “jamás logre inspiraros amor y ahora veo que lo sentís por otro” y rápidamente pregunta: ¿Y quién es?

Pero la vuelta de tuerca la constituye el hecho de que el hombre del que hablan, sin nombrarlo, ¡les está escuchando! Este elemento de enredo, tan absolutamente común en la narrativa y el teatro, no va a tener aquí ningún carácter cómico, ni de entretenimiento, ni tampoco trágico. La escena es dramática, en el sentido más moderno de la palabra. Todo lo contrario, la autora toma esas situaciones tópicas y las trastoca enteramente. Al escuchar esta conversación el señor de Nemours sabe, simultáneamente, que La Señora de Clèves le ama perdidamente y que es una mujer extraordinaria. ¿Qué hacer? ¿Cuál será su conducta a partir de aquí? La autora nos saca de dudas rápidamente al comprobar la debilidad del personaje contrastándola con la del marido. Lo que quiere es saber que es él, a ciencia cierta, y “no perdonaba al señor de Clèves que no insistiera más para que su mujer le revelase el nombre que ocultaba” ¡ah! Qué distintos ambos hombres, que distintas sus emociones hacia ella. El habría utilizado sin duda la presión, la amenaza, cualquier procedimiento, mientras el marido pone el bienestar de su esposa por encima de su propia emoción y se controla.

Sin duda, la recepción de la obra y los debates que suscitó en el momento de su publicación estuvieron muy ligados a este momento. En una relación de pareja, ¿es mejor saber o no saber? ¿Es compatible la amistad y el amor? ¿Es aceptable la confesión de un marido, pero no lo es la de una esposa?¿Si somos honestos con nuestra pareja, qué conducta debe seguir a la confesión? ¿Es el amor un acto centrado en el ser amado o lo es en uno mismo? Todas estas preguntas tienen una vigencia absoluta. La autora tiene la osadía de llegar al fondo de la cuestión, se adelanta a cualquier decisión que tenga que ver con rupturas legales de parejas -divorcio, separación legal- va más allá de plantear si el matrimonio concertado es un error de base o no, sino qué lo que se pregunta es qué hacer cuando no se es amado pero sí querido y cómo afecta esto a la persona que ama. Pronto veremos lo que ocurre. El dolor consume al marido, pero no puede sufrir el pensar que aún después de muerto ella esté con el otro. Aquí su amor propio supera al deseo de bienestar de la persona amada.
La conversación llega ha oídos de la gente, aunque sin saberse entre quienes se ha producido. El señor de Nemours lo cuenta a un amigo que a su vez lo cuenta a otros. De este modo comienzan los comentarios y observaciones. Por este procedimiento la escritora consigue que las reacciones que la lectura de la escena suscitarían entre los lectores y lectoras de la obra, sean precedidos por las reacciones que se producen en la obra en sí, dando todavía más cuerda a la reflexión: “probablemente esa dama no sabe lo que es el amor y lo confunde con un ligero agradecimiento por el cariño que le profesan” “un marido que lo contase sería indigno de ella” etcétera. Porque ¿quién podría haberlo contado de no ser el marido? La pareja entra en grave crisis afectiva y de confianza y se acusa mutuamente de haber contado a otros la conversación. “Se hallaban más alterados y lejos el uno del otro de lo que lo habían estado nunca.” Respecto al señor de Clèves, su desesperación es total. La escritora lo describe así: “No sabía ya que pensar de su mujer, qué conducta hacerla adoptar ni qué hacer él mismo. Por todas partes a donde dirigía su mirada no veía más que abismos y precipicios”.

Más adelante, ya en el Libro cuarto, última parte, el marido se abre enteramente mostrando el sufrimiento que experimenta y las contradicciones en las que se debate:
¿Me equivoqué al pensar que seríais justo conmigo?”, pregunta la princesa de Clèves. A lo cual contesta el esposo: “No lo dudéis, señora, os equivocasteis. Habéis esperado de mí cosas imposibles como las que yo esperaba de vos. ¿Cómo pensáis que podría haber conservado mi capacidad de razonar? ¿Habíais olvidado yo que os amaba perdidamente y que era vuestro marido? Uno de los dos títulos puede llevarnos a límites extremos..., ¿qué no harán los dos juntos? Me invaden los sentimientos más violentos y contradictorios y no los consigo dominar. Ya no me creo digno de vos. Ya no me parecéis digna de mí. Os adoro, os aborrezco, os ofendo, os pido perdón; os admiro y me avergüenza admiraros.” Y más adelante le dirá: “Yo os amaba hasta tal punto que hubiese preferido ser engañado. Lo confieso para vergüenza mía” Ya en el lecho de muerte, el marido no le pide a la esposa que no se case con el hombre al que ama, se limita a confesar el temor de que lo hará y la tristeza que ello le provoca. Esta confesión tendrá más fuerza sobre la esposa de lo que hubiera tenido una petición o un mandato.

Por otra parte, la protagonista siente la presión del hombre al que ama, siempre al acecho, esperando el momento oportuno para lanzarse a pedirle que confiese ante él sus emociones: No renuncia a ella, si cabe está todavía más entusiasmado. En una ocasión en que la ronda, preguntándole en susurros qué le pasa, la contestación de la dama tiene un carácter tan franco y directo que no se encuentra en la literatura anterior, le dice “Por Dios os lo pido, dejadme en paz
Más en la línea de la literatura precedente el amado siempre se comporta según el arquetipo del galán rechazado por la mujer casada que espera e insiste, que ruega y promete dejar de rogar a un tiempo: “Mostradme que me amáis, con tal de saber vuestros sentimientos de vuestros labios una sola vez en la vida consiento en que volváis a los rigores de antes” Se debe observar esa sensación de pelota entre dos manos que tiene la señora de Clèves. El marido la presiona para que deje de sentir lo que siente, el amado para que se deje arrastrar por el sentimiento y ella no puede hacer lo primero y no quiere hacer lo segundo.

Otro hallazgo de la novela es la manera en la que presenta la cuestión del objeto-reflejo. La contemplación del ser amando como objeto de deseo. Tópico literario entre los tópicos, siempre es la mujer el objeto contemplado. Pero en esta novela también la mujer ejerce el papel de sujeto contemplativo. Si bien también el señor de Nemours roba y contempla el retrato de la amada y más tarde la observa en la distancia y a escondidas, la princesa también pasa horas observando extasiada el retrato de su objeto de deseo.
Es muy importante para La Fayette establecer la diferencia entre los dos hombres y el tipo de emociones que la protagonista experimenta hacia ellos. Al morir el esposo, la señora de Clèves tenderá a idealizarlo y valorarlo más: “Vio que había perdido a un marido excepcional. (…) Repasaba una y otra vez cuanto le debía y le parecía un crimen no haberse enamorado de él, como si hubiera dependido de ella hacerlo”

Este comentario “como si hubiera dependido de ella” es de suma importancia en la novela. La autora, si bien no introduce una voz narrativa didáctica que comente las acciones de los personajes, en este caso, sí considera necesario aclarar, por si algún lector o lectora no lo ha comprendido llegados a este punto, lo que es la tesis de fondo de la novela. El enamoramiento no es algo que pueda forzarse y las mujeres lo experimentan por igual a los hombres.

El enamoramiento es una especie de acto reflejo pero lo que se refleja no es el amor del otro sino el ser del otro construido dentro de uno mismo. El enamorado se hace con el ser del otro y lo convierte en sí mismo. Cuando la protagonista se sienta en la butaca desde la cual el enamorado la contemplaba a ella, ocupa su lugar y advierte “sintió por él una inclinación tan violenta que le hubiese amado aún no amándola él”. El juego especular adquiere un carácter poliédrico. Ella contempla, desde el lugar de él el espacio en el que suele estar ella y desde ese lugar advierte que no es el ser contemplada y admirada lo que ha engendrado su deseo sino el estar en el lugar del amado y sentir lo que él siente. “Le hubiese amado aún no amándola él” El sujeto amoroso ama con independencia de ser amado o no.

La comprensión de este razonamiento es fundamental para comprender el final del libro y las decisiones que toma la princesa respecto a su vida. ¿Cómo es realmente el señor de Nemours?

En este sentido, es importante considera el diálogo final entre la señora de Clèves y él. Comienza la conversación por el descubrimiento, fatal en este momento, de que no ha sido otro sino él, el que contó la conversación entre ella y su marido. Este descubrimiento se convierte de manera inmediata, y sin que haga falta ninguna aclaración por parte de la escritora, en un elemento de unión, de intimidad entre la protagonista y su esposo muerto, del que había desconfiado. Es un primer escollo que la conduce situarse del lado del marido y acusar al amado y a sí misma de su muerte. No hace falta decir nada al respecto. Pero hay más.

¿Cómo aman la mayoría de los hombre y este en particular? Ella sabe cómo amaba su marido...pero ¿por qué? ¿Cómo es el amor de las mujeres y cuánto hay en él, como en todo amor, de amor propio una vez que el objeto amoroso se convierte en nuestro?¿Cómo evitar que se produzcan nuevos enamoramientos? ¿Existe una manera de poder evitar el sufrimiento atroz que provocan los celos? Todas estas cuestiones hierven en la mente racional de la protagonista y se van anudando una tras otra sin que el enamorado pueda contestarla ni acallar sus inquietudes, salvo aludiendo, fatalmente de nuevo a su propia felicidad que ella se atreve a contravenir con especulaciones.

¿Conservan los hombres alguna pasión en esos compromisos eternos?¿Debo yo esperar un milagro en mi favor?¿Puedo exponerme a ver cómo se termina esa pasión que es toda mi felicidad? Tal vez el señor de Clèves fuese el único marido capaz de conservar el amor dentro del matrimonio, puede también que su pasión subsistiera porque no la halló en mí. Más no encontraré yo el mismo medio de conservar la vuestra, creo incluso que los obstáculos fraguaron vuestra constancia. (…) Aunque las pasiones puedan manejarme, cegarme no sabría. Habéis amado muchas veces ya, y volveréis a amar. ¡Pocas hay a quien no gustéis! No me quedaría otro camino que el sufrimiento. (…) Lo que yo creo deber a la memoria del señor de Clèves sería poco de no hallarse apoyado por el interés de mi sosiego y las razones de mi sosiego requieren ser apoyadas por las de mi deber.

La franqueza es total y sin reservas. El sentido del deber y la capacidad de razonamiento frío, muy estimables. Ahora bien, ¿qué tenemos que decir sobre el miedo? En un momento dado la protagonista se atreve a decir, en medio de la conversación: “no sé si no os lo digo más por amor a mí que por amor a vos” Y esta es una de las claves para interpretar el sentido de la obra. La princesa de Clèves, como había hecho su madre pone por encima de cualquier otra cosa su propia tranquilidad. Cualquier cosa, incluso la muerte es preferible al dolor y el desasosiego. Ganar no es más importante que vivir pero no sufrir si lo es. Es preferible no sentir a sentir dolor. Se aferra a la imagen del hombre que murió por ella en lugar de lanzarse a la vida y aventurarse a vivirla con el hombre al que desea por encima de cualquier otra cosa. Ahora bien, ¿es el deseo un punto de partida positivo para construir el futuro? Si no pudo construir su felicidad desde la amistad, ¿podrá hacerlo desde el deseo? Se responde a sí misma: “Aunque las pasiones puedan manejarme, cegarme no sabrían”


Pero estas reflexiones las hacemos los que hemos leído el libro. La escritora no hace ningún comentario al respecto salvo la frase con la que termina el libro dejando agotado quien lo lee. Páginas de indecisión por las que navega el pensamiento indeciso ¿qué va a pasar? ¿morirá ella de amor?, ¿morirá él? ¿morirán los dos? No, juega la escritora con esta expectativa sin satisfacerla, ella enferma, pero no muere. ¿Se quedarán, finalmente juntos? ¿Vivirán felices y comerán perdices? Tampoco. La Fayette lleva al personaje principal en su coherencia interna hasta el final. En cuanto a él... ¿La olvidará por otra como ella esperaba? Tampoco, la pasión se enfría con los años, pero no hay la menor referencia a otro amor o a otro matrimonio. Podemos deducir de aquí lo que queramos.

Las palabras finales son totalmente anticlimáticas y constituyen una opción narrativa que sitúa a la novela en un contexto más existencial que didáctico convirtiéndola en una obra de una modernidad asombrosa: Esto nos dice sobre la protagonista: “Su vida, que fue bastante corta, dejó ejemplos de virtud inimitables”

¿Qué podemos extraer de este final? ¿Cómo podía ser entendido en el momento y cómo ahora? Lo primero que cabría decir es que la autora no pretende dar una lección u ofrecer una interpretación cerrada. Cada persona puede interpretarlo como más le convenga. La mujer vivió una vida santa y corta. Punto. En ningún momento aclara “le olvidó”, “vivió tranquila” “consiguió el sosiego que esperaba” etcétera. Vivió una vida intachable, imposible de imitar para la mayoría de las personas y murió pronto. Eso es todo. Nada nos empuja a pensar que fue desgracida, salvo quizá esa referencia a su corta vida...pero no deja de ser una interpretación.

En todo caso, ¡qué distinto este final de los finales dramáticos y terribles con que los autores decimonónicos arrastraron a sus protagonistas femeninas a la desesperación o al abandono! Pensemos en la Regenta víctima de la mezquindad, Ana Karenina o Madame Bobary, muertas y enredadas en su angustia. No se trata aquí de decirnos el horror que nos espera si nos conducimos por el camino del deseo, sino qué es lo que podemos esperar de conducirnos por el camino del control. Y nadie puede reprochar a la escritora nada en su golpe maestro. Su protagonista no ha hecho nada malo, no podrán acusarla, como hicieron con Flaubert, de incitación a la infidelidad. No hay hijos, ni la maternidad se presenta en la obra, ni como pensamiento, ni como deseo ni como obligación. Simplemente no existe. No hay lugar para la crítica del mal comportamiento como madre, ni tampoco se insinúa que esta función social podría haber añadido o restado nada. Nada hay que reprochar porque nada se dice. Y esto es, sencillamente, asombroso, teniendo en cuenta un contexto social en el que la maternidad y la función reproductiva eran mucho más abrumadoramente apremiantes de lo que lo son en nuestros días.

En resumen, princesa de Clèves murió aún joven y con una conducta irreprochable. Por tanto, ¿qué se puede reprochar a la escritora? -Que aún así, tiene la precaución de no firmar la novela- De algún modo, el miedo a la crítica, al vapuleo social, que tan presente está en la propia novela, conduce a la escritora y con ella a su obra hacia la genialidad. Como acabo de exponer, desde mi punto de vista, la novela no es una afirmación sino una pregunta. Aceptadas, o no, las razones que brillantemente expone su personaje sobre el amor y sus peligros, ¿es preferible esa vida corta y santa que ella escoge frente a otra vida, imaginable, que la escritora nos deja entrever? En todo caso, la elección de la protagonista es un acto de libertad individual. Y como tal debemos aceptarlo. De este modo, Madame de La Fayette construye un personaje entero, imbatible, que se encierra en sí mismo y desde su soledad, desafía la mirada de los siglos.

*. Podemos encontrar rasgos de esta agilidad realista solamente en la narrativa española, en partes del diálogo de La Celestina, El Quijote y sobre todo en El Lazarillo. Pero en ninguno de los casos se acerca a la desnudez retórica y el modo directo en el que los personajes expresan su yo emocional.


*2. Todavía inserta en la narrativa del barroco, la autora no puede evitar una pequeña disertación, aunque sí lo consigue con acierto el resto de la novela. A través de un diálogo entre sus personajes, nos presenta el modo en el que los hombres ven los bailes, un peligro y una ocasión para su propio lucimiento. Es la primera vez que la autora tratará la cuestión del ego masculino, uno de los ejes temáticos de la novela.

El señor de Nemours opina que el baile es algo insoportable para un amante, sea este correspondido o no (…)sólo piensan en gustar, cuando están satisfechas de su atuendo, en el que piensan durante días, rebosan de alegría, en la que para nada interviene el hombre a quien aman. Y cuando el amante no es correspondido aún sufre aún pues siempre existe el temor de que su belleza provoque otro amor más dichoso que el suyo. (…) Sólo es diferente cuando es él quien lo organiza, pues siempre complace a un hombre enamorado ver como su amada forma parte del regocijo que él mandó celebrar y que ella lo vea como el dueño del lugar”La manera en la que el texto tiene implícito un subtexto en el que se presenta con una sutileza y una inteligencia asombrosas la psicología femenina y el modo en el que los actos de las mujeres están determinados por un contexto en el que no son libres de actuar con franqueza.

*2 Las dificultades de las madres para abordar la preparación de sus hijas para la vida se presentan en diversas obras. Frente a la tendencia a presentar a la madre como malvada, o como estúpida, en otras obras se opta por el análisis de la complejidad y dificultad de esta relación en contexto de limitación femenina. (Ver también Cartas a la hija, de Madame de Sevigné, y las Amistades Peligrosas)

*3. La doble moral que afectaba a los hombres y las mujeres se convertirá en el eje de algunas de las grandes novelas decimonónicas como La Regenta, Ana Karenina, Madame Bovary.


*4 Margarita de Navarra y María de Zayas ya han presentado esta visión crítica de la actitud de los hombres hacia las mujeres, frente a la imagen de dominio preconizada por la visión idealizada a través del Amor Cortés. Las mujeres emplean un procedimiento parecido en ocasiones, como en el ejemplo de la señora Tournon, sin embargo, la mentira suele tener como finalidad, casi en exclusividad, ocultar su comportamiento, o a veces, evitar herir a un pretendiente del que se teme su reacción. En cambio, dada la asimetría de la relación, lo que busca el hombre con la mentira es, una vez más, ganar conseguir una “hazaña amorosa” y el duelo o incluso la muerte pueden afrontarse a veces con tal de exhibir el triunfo. Esta visión del amor como fuente de fama y de poder, totalmente asimétrica seguirá teniendo un peso sustancial todavía en el siglo XIX a través del Romanticismo conservador.

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