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EMILIA SE SUBE A LA TRIBUNA

  




















    Este comentario recoge información sobre los hechos de la novela, y no se aconseja su lectura antes de haber leído la novela misma. 

   La Tribuna es la primera obra española que trata de la clase obrera, ningún otro escritor o escritora decimonónico se había centrado en este colectivo. Los campesinos y la burguesía son los grupos con los que trabaja la novelística española realista del siglo XIX. Habrá que esperar a siglo XX y a la narrativa social para encontrar trabajos del rigor y la brillantez de esta novela.  Conviene recordar que Pardo Bazán fue la divulgadora de las teorías naturalistas a través de sus publicaciones periódicas recogidas en La cuestión palpitante.

  Tampoco podemos desdeñar la importancia de escoger como protagonista a una mujer. Si bien debemos tener en cuenta que la motivación principal, más allá de la conciencia de género o del feminismo de la autora, es el acercamiento a la realidad que se ha de describir. En este sentido, es evidente que para Pardo Bazán sería mucho más viable el acercamiento a un grupo de mujeres, por ello escoge para su trabajo de campo una fábrica de tabacos y allí realiza sus "apuntes del natural"
Se cree, incluso, que el personaje de La Tribuna está basado en una joven en particular que desempeñó una labor activa dentro del campo de la política y el movimiento obrero de ese periodo.

  En cualquier caso, en este periodo, y si contamos con La Gaviota de Fernán Caballero, tenemos ya dos personajes femeninos absolutamente fuera de toda convención literaria en nuestra literatura, y ambos escritos por mujeres. Es fundamental tener en cuenta que, al escoger una protagonista femenina, Pardo Bazán está escogiendo un personaje femenino como modelo de todo un grupo constituido por hombres y mujeres. En otras palabras, no sólo se está representando a sí misma, y sus problemas en tanto que mujer, sino que está representando a toda la clase obrera. Esta es una perspectiva de enorme interés, pues abunda en la literatura la presentación de personajes femeninos que no pueden considerarse como modelos de carácter universal o de clase.

  La novelista consigue crear con total verosimilitud el ambiente de una fábrica de tabaco. La describe a la perfección y con total detalle, resaltando las diferencias jerárquicas, incluso dentro de la propia fábrica, y el modo en el que estos estratos afectan a la vida y a las relaciones entre los mismos trabajadores, las relaciones de solidaridad, cordialidad, competencia, valoración o desprecio. 

   Particular interés tiene la descripción de las condiciones en las que se realizaba el trabajo más duro, en los sótanos de la fábrica, trabajo realizado por los hombres más pobres y menos capacitados que vivían en una situación de absoluta explotación. La autora  refleja como la autoestima personal de estas personas se sostiene a través de la dureza de su trabajo. Algo muy común, si tenemos en cuenta circunstancias similares, como el trabajo minero, o los partos difíciles de las mujeres. La resistencia física es el último bastión del orgullo, cuando al ser humano no le queda nada más de lo que poder vanagloriarse

  Pero, como decía, hace falta ser capaz de reflejar toda una clase a través de ella, por esta razón escoge la escritora la elocuencia, la ilusión, la fuerza de la juventud empeñada en un cambio de dimensiones casi cósmicas. No piensa sólo Amparo en sí misma y en mejorar, o por lo menos asegurar, sus condiciones de vida. Amparo tiene orgullo para esperar más, para formar parte de algo más grande que sí misma. Su capacidad no puede contenerse en algo tan nimio como enrollar hojas de tabaco. Esta esperanza, este reconocimiento en algo más grande que uno mismo, algo que embellezca la vida y la dote de sentido, es lo que nos permite ver a Amparo, como ese ser humano idealista y locuaz que se sitúa en las tribunas para ser el espejo en el que todo un colectivo debe mirarse con optimismo y esperanza en un mañana mejor. Así es Amparo. Por eso la llaman, no sin cierta sorna, la “Tribuna” - Y es que la osadía (o la desfachatez) de ir hablando en público...siendo mujer...algunas gentes no la perdonan.-

En este diálogo entre Amparo, la Tribuna, y su amiga costurera, se muestra, por un lado la ingenuidad de los obreros y por otro la desconfianza hacia las proclamas revolucionarias y republicanas. Cada una de las jóvenes representa estas posturas de una forma muy viva, a partir de una extraordinaria labor estilística de reproducción del habla, no sólo en el vocabulario, sino en los giros, el ritmo y las formas de razonamiento y persuasión.

¿Y qué tal, predican bien?
¡Dicen unas cosas que se le hace uno agua la boca de oírlas! Quisiera yo que estuviesen allí los que creen que la federal trae desgracias y belenes. El viejo no habló sino de que ya no había tiranía...de que todo se iba a arreglar con moralidad y atención... de que nos quisiésemos mucho los republicanos, porque ya todo ha de ser concordia entre los hombres.
Tú tienes un memorión... A mí se me iría el santo al cielo. Mi memoria es de gallo. Y el otro, ¿qué dijo?
El otro, el otro...el otro habla despacio, pero echa unos términos, que a veces cuesta caro entenderlo... Predicó mucho de nuestros derechos y del trabajo, y de lo que representa esta Unión del Norte... y de que las clases trabajadoras, si se unen, pueden con las demás... Habían de venir allí arrastrados de las orejas los que piensan que los republicanos dicen cosas malas. No señor, allí se cantaba clarito lo que somos, paz, libertad, trabajo y honradez y la cara y las manos muy limpias.
Dime una cosa, mujer.
Más que sean dos
¿Y qué significa eso de república federal?
Significa... ¿qué ha de significar? Lo que predicaron esos.
Pero no me hice bien de cargo... ¿Qué más tiene eso que el gobierno que hay ahora?
Tiene, tiene, tiene... tiene que Madrí no se nos monte encima y que haya honradez, paz, libertá, trabajo...
Pero vamos, una pregunta, por preguntar, mujer. ¿No decían, cuando vino el barullo de la revolución, el año pasado, que nos iban a dar todo eso? Conforme aquellos no lo dieron, también podrá cuadrar que no lo den estotros.
No puede ser, y no, y no porque estos son otros hombres de otra manera, que miran por el bien del pueblo. No digas tontadas.
No, si lo que vienen a dar es trabajo... pero si es verdá que quitan la estancación del tabaco, ¿cómo os vais a valer las cigarreras?
¡Esa es una burrada de las gordas!-exclamó Amparo. Ahora el gobierno nos tiene sujetas. Ganamos lo que se le antoja, si vienen buenas consignas, y si no, fastidiarse. Lo que se desestanca, se desestancó. Nosotras somos las que tenemos la habilidad en los dedos, con nosotras a de venir a debatir el consumidor.
Pero dime, ¿falta ahora gente que pretenda entrar en la fábrica?
¡Faltar! Más empeños andan danzando.
Pues el día que quiten la estancación, se echa medio mundo a trabajar en cigarros, y habiendo mucho quien trabaje, el trabajo anda por los suelos de barato. (…) Es lo que me pasó a mí con los encajes.


Pero, como comentaba al comienzo del texto, Amparo también debe servir como espejo en el que se reflejen las mujeres, porque ellas tienen unos problemas específicos, algunos comunes a distintas clases, aparecen de modo transversal. El de la credibilidad del discurso, que mencionaba antes, es uno de ellos. A la mujer oradora se la cuestiona no sólo en su condición de orador, sino en su condición de orador mujer, que generará unas suspicacias añadidas. Es el ámbito de la política progresista el primero que se abre tímidamente a las mujeres, que estaban representadas en las fábricas y, por tanto, podían y debía tener sus propios representantes. Debemos recordar que se sigue bloqueando a las mujeres en la enseñanza, salvo excepciones que se repiten en número limitadísimo – y, desde luego, aquí la excepción confirma la existencia de la regla-; por otra parte, en el campo de la religión está totalmente vedado que una mujer pueda subir al púlpito. Por tanto, la capacidad que se le concede a Amparo para subir a la tribuna y arengar a sus iguales, poco dadas a la movilización, es un elemento de crucial interés para entender cómo se estaba produciendo, en este momento una transformación que afectaría de modo irreversible a la humanidad.

Ya dentro de la burguesía se había producido el que habría de ser, seguramente, el movimiento más importante de la modernidad, el sufragismo. Las mujeres procedentes de la burguesía se organizan y agrupan para conseguir un objetivo específico: el voto. El modelo de movilización y agrupamiento así como las tácticas empleadas no tienen antecedente previo y se va inventando sobre la marcha por estas mujeres británicas que se inspiran, a su vez, en las manifestaciones espontáneas de grupos de mujeres para pedir pan, liberación de presos u otros cambios. (Pensemos, por ejemplo, en las que antecedieron a la Revolución francesa) También es posible encontrar cierta inspiración en los grupos abolicionistas del periodo ilustrado, igualmente ideados y dirigidos frecuentemente por mujeres (Olimpia de Gouges es el ejemplo más notorio) En su lucha, las mujeres burguesas advierten, la necesidad de que las obreras tomen conciencia de su pertenencia al colectivo de las mujeres y de su necesidad de organizarse como tales para alcanzar objetivos que les son propios, más allá de la cuestión de clase. En este sentido, el sufragismo pone en solfa la cuestión de las flagrantes diferencias de salarios y condiciones laborales entre mujeres y hombres, aspecto que el sindicalismo, de por sí, no podía tener en cuenta ya que para el sindicalismo lo importante es el enfrentamiento entre el obrero y el patrono, y sólo en algunos casos los sindicatos de hombre incluirán entre sus exigencias las referidas específicamente al salario de mujeres, que tendía a verse como “complementario” al del varón, empleándose este razonamiento como justificación de su inferioridad.
Hábilmente, Pardo Bazán omite unas cuestiones que podrían haber retraído el interés sobre su obra de aquellos que tenían que publicarla, difundirla y hacer las valoraciones públicas. Se centrará la escritora en los detalles referidos al lado más fácilmente asumible por una mayoría, si dejar por eso de ser crítico. Me refiero a la condición de eslabón reproductivo y al aspecto sexual. Cómo era considerada una mujer por los hombres como posible esposa, madre o pareja sexual temporal. Especialmente podía mover los corazones y el sentido universal de la justicia la cuestión de la joven pobre de la que se aprovecha un señorito. A mi juicio, es muy llamativa la agudeza y total ausencia de idealización que muestra la escritora al enfrentar a los lectores y lectoras con la realidad de las debilidades humanas. Porque Amparo sueña con el mundo ideal en el que no habrá diferencias de clase y todo serán iguales y felices, por por si acaso, también espera ilusionada conseguir mejorar su posición con un buen casamiento. Esta aparente contradicción, que podría haber enrarecido el personaje y destruido la simpatía que nos produce en todo momento, no es tal contradicción. Amparo confía en que, precisamente, ese mundo en transformación es el que le va a posibilitar casarse con el hombre que admira y que parece también admirarla a ella, ignorando su pobreza.¡Qué humano nos parece este deseo, recogido por tantos cuentos populares, de mejorar la situación personal gracias al amor! A fin de cuentas es el amor, y no otra cosa, la ambición, por ejemplo, lo que justifica a nuestro ojos (y más importante todavía, a los suyos) esta especie de traición a su clase. Y es la ingenuidad pasmosa, no exenta de vanidad, la que conduce a la joven Tribuna a ser engañada como lo sería cualquier viandante sorprendido por un trilero. Amparo es igual que tantas y tantas jóvenes campesinas, obreras, criadas... confundidas por un joven o no tan joven guapo, elocuente y bien vestido que quiere obtener un entretenimiento al menor coste posible. Entiéndase el coste para sí mismo, el coste que haya de pagar la joven, es harina de otro costal.

Conmueve, no ofende, el modo en el que la Tribuna se imagina que habrá de cambiar de posición y cómo ella, a diferencia de alguna otra que ya lo ha conseguido, nunca negará el saludo a las que fueron sus compañeras. ¡El saludo! Conocemos a Amparo y sabemos que en su fuero interno, estas cuestiones le preocupan y que, a su modo, ella está pensando cómo podrá repercutir sobre sus relaciones actuales el cambio de clase, si tendrá que renunciar a ellas y si esto es éticamente correcto.


Pero la realidad, es tozuda y Pardo Bazán nos relata en qué quedan estas relaciones de un modo no exento de humor amargo en el que la solidaridad entre mujeres es clave. -Como lo es en relación con el personaje de la mujer maltratada que robaba tabaco para evitar las palizas del marido- Porque la amistad entre mujeres establece los verdaderos lazos en los que la protagonista puede reconocerse a sí misma, más allá de cualquier ensoñación o idealización. Así le escriben una carta a la joven con la que va a casarse el que había sido su pretendiente:

  Estimada Srta: halguien que la estima le abisa que quien se quiere casar con usté tiene compormetida huna chica onrada y lea dado palbra de casarse con ella. Es el de Sobrado, parque Usté no dude, y Usté se iformará y veraque es verdá.

La carta es graciosa, pero no nos reímos de la ignorancia lingüística de estas jóvenes sin más, sino que sus limitaciones, junto con su ingenuidad nos conmueven. Ese deseo de escribir lo más cultamente posible y no conseguirlo, esa intención de actuar sobre la realidad demandando justicia de un modo tan directo y sencillo. La Tribuna sabe, en el fondo, que esto no conducirá a nada. Pero lo que la lleva a no enviar la carta es su integridad moral, considera que entregar la carta es un acto vil. Su sensibilidad la impele a pensar en la señoríta de García llorando al recibirla, y aunque luego se tranquiliza a si misma pensando, “ que se fastidie” muy pronto llega a la conclusión de que no va a echar la carta al correo “un anónimo, esto es indecente, esto es una cochinada... ¡Más vale ahogarlos donde los encuentre! La pobre niña, que ha padecido el embarazo y el parto y que se encuentra ahora con un recién nacido, sola, rechazada por la madre orgullosa cuyos consejos no quiso escuchar... Pero lo que más nos conmueve es la certeza de que la carta no habría servido absolutamente para nada, el grado en el que La Tribuna no es consciente de su propia insignificancia y de la manera en que la marea la arrastra burlándose de ella.

   Me gustaría detenerme, para concluir en la observación de la brillantez con la que la autora concluye su novela. Como una suerte de “traca final” se van enlazando acontecimientos que se superponen de una forma que me recuerda a la técnica del la superposición de escenas en el montaje cinematográfico y que empezaría a tener importancia precisamente a finales del siglo dentro de la literatura realista mediante el perspectivismo. En un primer momento Pardo Bazán nos conduce al teatro para descargar una dosis de literatura dentro de la literatura, (un apunte metaliterario, (empleando la terminología de Julia Kristeva y Todorov) y desde él considera la visión propagandística del teatro popular y el modo en que se ensalza a la clase obrera, algo muy distinto al realismo que persigue la novela. Desde la representación los actores gritan “Viva el pueblo soberano” y el pueblo responde con más griterío entusiasta. Pero mientras se desenvuelve la obra, otro drama se produce en la sala. Amparo observa a su enamorado, el mismo que la ha dejado embarazada y las atenciones que dirige hacia la que parece que será su futura esposa y una ola de irritación la invade. Aquí la autora despliega toda su capacidad descriptiva tanto del ambiente como del interior de la protagonista de un modo contrastado. El contraste se produce entre el júbilo y la agonía, entre la multitud y la sensación de total abandono, entre la esperanza y la desolación. Fuera de sí Amparo deambula por las calles como una posesa que sólo encuentra un momento de tranquilidad frente a una imagen religiosa. ( En este punto conviene recordar que Emilia Pardo Bazán era creyente, frente a la mayoría de los escritores naturalistas contemporáneos)
Sigue a esta situación intensa y conmovedora la que va a dejar a los lectores y lectoras sin aliento. Ya conducidos por la protagonista hacia un punto dramático, pero huyendo absolutamente y en todo momento del melodrama, la autora lleva la novela hacia su desenlace. Amparo se pone de parto y no es frecuente, y menos en este momento, leer un parto descrito con la crudeza con la que lo hace Pardo Bazán, aunque no se detenga para ello en los pormenores descriptivos externos sino en el dolor mismo de la parturienta. Debemos tener en cuenta, a mi juicio, que las representaciones del parto tienden a su acortamiento y que es difícil penetrar en el dolor ajeno. Para conseguirlo ella opta por centrarse en las sensaciones auditivas, en las distintas escalas de emisión de sonidos que pueden expresar el dolor. Veámoslo:

recorría variada escala de tonos: primero habían sido gemidos sofocados; luego quejidos hondos y rápidos, como los que arranca el reiterado golpe de un instrumento cortante; en pos vinieron los ayes articulados, violentos, anhelosos, cual si la laringe quisiese beberse todo el aire ambiente para enviarlo a las conturbadas entrañas; y transcurrido algún tiempo, la voz se alteró, se hizo ronca, oscura, como si naciese más abajo del pulmón, en las profundidades del organismo. (…) Durante aquella hora de angustia suprema, la mujer moribunda retrocedía al lenguaje inarticulado de la infancia, a la emisión prolongada, plañidera, terrible de una sola vocal. (…) El silencio era tétrico, el tiempo pasaba con lentitud medido por el chisporroteo del candil y por un clamor ya exhausto, que más se parecía al aullido de un animal espirante que a una queja humana”.

La presencia cercana de la madre tullida -con el cuerpo destrozado por el trabajo- en una agonía distinta por no poder acercarse y atenderla en la crisis cuya intensidad conoce porque la ha vivido en su propio cuerpo, el miedo a no poder pagar los honorarios del médico cuando la comadrona explica que existe peligro de muerte y se superpone sobre el dolor de perder a la hija con la cruel dureza de la miseria.



Sobrevive Amparo, y todavía la espera otro golpe. Con el hijo en los brazos y subrayando su triunfo de haber parido un varón pide que avisen al padre, -dile que he tenido un niño, no te vayas a confundir y decir que es una niña*, y que acepto el ofrecimiento de reconocerlo- pero este se ha ido a Madrid con la señorita que ha de sustituirla. De algún modo, para la protagonista esta es la gota que colma el vaso. El dolor físico se sustituye ahora por una desesperación rayana en la locura y la protagonista se arranca el cabello fuera de sí. Esta escena en la que la esperanzada, la idealista, la joven llena de vida y orgullo se enfrenta a lo que siente como una injusticia épica y contra la que no puede hacer nada, contrasta, una vez más con el exterior, con la proclamación de la república federal y los gritos entusiastas de las obreras en la calle. La novela se publica en 1882, y los lectores y lectoras saben que su duración sería de un año, que ese entusiasmo desbordante no era más que una ilusión.



* Impresiona este reconocimiento tácito de la inferioridad completamente asumida e interiorizada. La mujer que acaba de dar a luz, que ha soportando un dolor indescriptible y ha sido capaz de hacer el único acto que ningún varón podrá hacer jamás, esa misma mujer se denigra a través de su sexo, sabiendo con certeza que tener una hija no significará nada para el padre y que es la exposición pública del varón lo que le permite exigir, no por haber dado vida, sino por haberla dado a un ser distinto y superior a ella, un hombre. 

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