Las memorias de Leticia Valle
no es un libro fácil de leer, ni desde el punto de vista de su escritura ni
desde el punto de vista de su contenido. Rosa Chacel se enfrenta con los
fantasmas más oscuros que pueden surgir, la complejidad del amor y del deseo
en una niña de 12 años
Tengo un recuerdo espacialmente intenso de este libro. La autora se refiere al momento en que Leticia recuerda a su madre fallecida, está en la cama con ella, y tiene una mano posada sobre el pecho. Recuerda el tacto de la mano, el calor, la vibración, la sensación completa. No había encontrado hasta ahora una descripción tan hermosa como la que ella hace de la forma en la que la cercanía física es intensa entre dos seres que se aman, sin que el deseo o la sexualidad están presentes. Sentimos eso con nuestra familia más cercana, a la que amamos profundamente y un abrazo, el contacto de la mano, el olor del perfume no llena de una honda satisfacción, como una necesidad cubierta y que no vuelve a colmarse cuando perdemos a esa persona. Y es curioso porque, de hecho, cuando te das cuenta de que amas profundamente a una persona por la que te sientes atraída, es cuando te das cuenta de que además y por encima de esa atracción sexual sientes eso, es deseo de cercanía física tan poderoso que sólo se colma con la pareja o con un bebé. Pero, de algún modo, cuando somos todavía seres en plena formación, niños o niñas pequeños o adolescentes, la pulsión afectiva y la sexual no están bien diferenciadas y se mezclan, además con otros sentimientos difusos como el deseo de poder, de formar parte de un universo significativo, de mandar sobre los que mandan constantemente sobre ti.
Y así, esta niña de doce años, que protagoniza el libro, carga sus memorias de una potencia extremadamente intensa y profundamente originas, todas y cada una de ellas.
No es un personaje que nos resulte agradable, aún así, la autora intenta generar empatía, que no simpatía, hacia él. Un poco como la criatura de Frankenstein, un ser capaz incluso de matar un niño inocente por venganza, pero que grita desde el extremo dolor que produce el sentirse aislado y no ser capaz de encontrar un lugar o una persona con la que poder sentirse en casa, solo hostilidad o la fría seguridad de que no se es comprendido ni amado como se necesita.
La autora nos ayuda a reflexionar sobre la culpa, la soledad, la angustia del ser que se siente perdido y sobre todo, sobre desolación de la infancia perdida.
