PAULA. ISABEL ALLENDE.
LA AUTOFICCION COMO TERAPIA.
Es este un libro de memorias, más que una novela. Nos relata en él sucesos importantes de su vida con el hilo conductor de la estancia de su hija Paula en el hospital, recibiendo un tratamiento durísimo contra la porfiria.
Toda la vida de la
autora hasta el momento pasa por las páginas del libro. Recuerdo especialmente el
relato que la escritora hace de la relación sexual que mantuvo cuando era una
niña con un pederasta. Me impactó la reflexión de la autora: “le agradezco que
no me violara” También me chocó enormemente su franqueza al describir la
especie de atracción que sentía, la atracción del peligro de lo oscuro y lo
desconocido, del mundo de las sensaciones. El reconocimiento de la atracción
que los niños y niñas pueden sentir hacia los adultos en un contexto en el que,
evidentemente no se apoya la pederastia, pero sí se mantiene una cierta
nivelación entre la conducta del adulto y la respuesta infantil, desde mi punto
de vista. Una nivelación que me resulta poco conveniente. También
me desagradó esa actitud individualista que pone por encima de cualquier
consideración social o reflexión político social -en este caso sobre el
patriarcado y el poder masculino-la disolución de los fantasmas personales a
través del agradecimiento la comprensión y el perdón. No puedo compartir esta
visión apolítica de el suceso, por las consecuencias que tiene toda visión
apolítica sobre la posibilidad de cambio social, aunque comprendo el
sentimiento de la autora, y la necesidad de paz que podía tener en el momento.
Como madre, su experiencia debió ser terrible,
la superación de la misma, si es que
esta palabra puede aplicarse, requeriría dosis enormes de fortaleza. Es lógico
que para una misma sea muy consolador pensar: hice todo lo que pude me entregué
en cuerpo y alma… etcétera. Además, la idea de la presencia del espíritu de su hija, que la acompaña después de muerta,
también es una idea consoladora y en la que se pueden ver reflejadas muchas
personas que atraviesen duelos corrosivos para la supervivencia. De otro lado,
desde el punto de vista de lo que padeció la hija, me produce escalofríos
pensar en el ensañamiento hospitalario, en una lucha sin sentido contra la
muerte mediante una serie de procedimientos que debieron conducir a un dolor
atroz. Un cuerpo que se intenta sacar del vacío del coma mediante un despertar
de los sentidos extremadamente doloroso y con la consecuencia de llevar a la
persona a un estado letal de “zombie” para alimentar banales esperanzas, ilusiones
y fantasías supersticiosas. La hija fue
la víctima atrozmente manipulada por la ciencia que usa, no sólo a cantidades
enormes de otros animales, sino también a las personas, para conseguir avanzar
en el conocimiento. También fue la víctima de las familias que no tienen el
valor y la fuerza de poder enfrentarse a la ciencia o más aún, a su propio
dolor por la pérdida.
¿Qué habría hecho yo en su lugar? Muy posiblemente lo mismo, y esto es lo que más asusta al ponerse en el lugar infernal de la hija. Con su sinceridad, Allende plasma de un modo paradigmático el horror de esta forma de actuar, ella misma lo comprende al final, pero pienso que no del todo. Vaya por delante que no he tenido descendencia y quizá por eso puedo ver las cosas de un modo tan duro, pienso que hay algo terrible en la maternidad, una suerte de identificación posesiva que resulta tremendamente inquietante.
Pero no sólo en
este tipo de relación. Hace poco leí en una síntesis sobre la eutanasia,
explicada desde el punto de vista contrario a su práctica, que: “restaba a la
familia la posibilidad de cuidar al enfermo y de este modo desarrollar un duelo
muchísimo más saludable”. También recuerdo las palabras de la esposa de un
antiguo amigo, recientemente fallecido de cáncer: “Aguantó el dolor como un
campeón. Estaba en todo, pensando en nosotros en todo momento” Que horror,
restarle así a la persona la posibilidad de abordar su propia muerte con paz y
sin tener que soportar una tortura terrible, que horror crear la idea de que
soportar esto te hace mejor persona.
Es cierto que se
trata de circunstancias diferentes a las relatadas en el libro, ya que aquí
hablamos de una enfermedad que se mostraba ya terminal, sin embargo, veo en
común la negativa a aceptar la necesidad de despedirse, a aceptar la muerte
como estado final y, por tanto, la limitación de la vida humana. El carácter
biológico de nuestro ser. Más absurdo me parece aún imaginar a esa persona
“mirándonos desde el cielo” ¡Menudo entretenimiento! Si eso es ir al cielo,
caramba, no se lo deseo nadie. Me recuerda
a la insistencia que ponemos de pequeñitos en que nuestro padre o nuestra madre
nos miren mientras damos vueltas en el Tío Vivo.
Hay que decir que
está escrita con el prodigioso dominio del lenguaje de la escritora y que, a
través de sus memorias, descubrimos la historia de Chile de la revolución y el
triunfo de su tío del modo en que las clases medias y altas que lo abordaron. Isabel
Allende se atrevió a implicarse escondiendo algunas personas, pero siempre lo
ve de lejos, como yo y tantos otros seres humanos, no tiene la necesidad, el
empuje o la falta de egoísmo que conducen a la lucha por la justicia social. Necesita
vivir, su vida la siente como lo más importante. Como en “Inés del alma mía” la
escritora no esquiva hablar de formas de dolor, crueldad y sufrimiento de todo
tipo. Sus personajes son seres imperfectos y que comenten errores, y así se ha
presentado a sí misma.
Cuando escribo este
artículo la autora ha alcanzado los ochenta y siete años en un estado mental y
físico absolutamente admirable. Como escritora sigue siendo prolífica y consiguiendo
crear mundos fascinantes. Para Allende, son las emociones las que rigen la vida.
y ella las expresa como nadie, de un modo personal que respira autenticidad,
incluso aunque ella misma nos confiese que miente y que el engaño y el
autoengaño a veces son imposibles de distinguir de la verdad. El recuerdo no es
nunca fiable, porque la vida ha decidido, a través de nosotros, crear una
experiencia alternativa que podamos soportar para seguir viviendo, o que
podamos creer para no sentirnos obligados a ponerla en peligro. La idea es seguir
adelante, confiar, no pensar demasiado y vivir con pasión, intensidad y júbilo
la existencia que nos ha tocado vivir y la
que hemos construido en nuestra mente para poder sobrellevarla.