ENTRA LAS TINIEBLAS Y LA LUZ.
“Recordó a la matrona que consideraba o al menos decía que
las mujeres de su condición debían entregarse a los señores, recordó al niño
desgraciado con cara de viejo medio muerto de hambre que sonreía sin cesar, la
mujer embarazada a la que querían obligar a trabajar para él porque, extenuada,
no había tenido cuidado de su vaca; a
continuación, pensó en las cárceles y estableció una comparación entre todo eso
y el inmenso rojo de su propia vida y la de los líderes de la capital; todo
resultaba evidente, ya no había vuelta atrás”
León Tolstoi. Resurrección. 1899.
La excelente novela que vamos a analizar en esa ocasión, establece como punto de partida la participación del protagonista como jurado en un tribunal popular que juzga a una mujer prostituida, Katia Maslova, acusada del delito de asesinato. El príncipe Nejliudov, comienza un periplo sin retorno, por un lado, hacia la contemplación de la miseria humana, y por otro, hacia su propio interior, como sujeto activo en la perpetuación del mal ajeno. Le pone cara al dolor atroz y a la indefensión absoluta, a veces la de un niño... Los rostros de los campesinos, las mujeres violadas y prostituidas, los encarcelados; todos los ángeles caídos del cielo, todos los que trabajan hasta caer exhaustos sin terminar nunca de conseguir suficiente comida, todos los que se acostumbran a su adquirida condición de animal apaleado. A través de Katiusha, descubre quien es y la acompaña a ella por un camino paralelo de descubrimiento de sí misma.
El estudio
psicológico es, sin duda, uno de los puntos fuertes en la literatura rusa y en
esta novela, como en las demás obras de Tolstoi, penetramos en el mundo
interior de los personajes. En este caso, un hombre y una mujer completamente
distanciados por razón de clase y origen que, sin embargo, se encuentran en una
intersección de cruces, en dos circunstancias vitales que impactan de manera
decisiva en sus vidas. Ambos han construido un muro alrededor de lo que no les
interesa ver o recordar, un muro que les permite aceptar sus vidas y aceptarse
a sí mismos. Pero en ningún caso sus vidas les satisfacen y viven en una
mentira, sólo el shock del encuentro, el enfrentamiento con el sistema judicial,
les permitirán salir, de ese “no ser”.
Para conseguir salir del marasmo moral en el que se siente irremediablemente hundido considera Nejliudov que el único camino puede ser el sacrificio, entregarse en cuerpo y alma a la salvación de esa mujer de cuya caída es responsable. En este punto, merece la pena considerar la perspectiva de Tolstoi sobre la prostitución y, en general, la explotación sexual de las mujeres y la situación de dependencia y humillación en la que viven las mujeres pobres, silenciada y aceptada por las otras mujeres y por sí mismas debido a su incapacidad de oponerse a un poder que parece completamente imposible de contrarrestar.
Durante el juicio, es llamativa la referencia al alegato del abogado de Katiusha, -que será juzgada por un jurado popular- El abogado se refiere a esta situación de violencia sexual y el juez le llama la atención y ve necesario orientarle para cambiar de enfoque pues esta perspectiva podría terminar por poner al jurado en su contra. En este punto encontramos una limitación en la cosmovisión del autor ya que en ningún momento se hace referencia al hecho evidente de que no hay mujeres en el jurado. Aunque dicha presencia no constituye en sí misma ninguna garantía de mayor imparcialidad, sí es cierto que, en este caso, la defensa hubiera tenido más posibilidades de ser escuchada frente al bloque de intereses masculinos. Ahora bien, la reflexión del abogado sobre la violencia masculina ejercida como poder absoluto sobre las mujeres, es una perspectiva en sí misma de carácter feminista, así como la asunción de que presentar dicha realidad, paradójicamente, se volvería en contra de la mujer acusada. Es sobradamente probada en la capacidad de Tolstoi para ponerse en el lugar de las mujeres y reconocer sus intereses como grupo enfrentado al masculino, y lo considera de manera trasversal a los intereses de clases social. En este caso, además, encontramos en el personaje de Maslova un recorrido propio que escapa de cualquier esquema romántico o posromántico. En otras palabras, el autor va a rehuir cualquier tentación de generar un eje narrativo centrado en el tema del enamoramiento y su resolución. Lejos de ello, nos presenta esta cuestión al comienzo de la novela desde una perspectiva crítica y a partir de aquí las relaciones entre hombres y mujeres, incluidos los protagonistas se consideran inmersos en el conjunto de cuestiones sociales y psicológicas que se analizan en el libro.
Desde el punto de vista lineal, como novela de progresiva profundización y de aprendizaje, la historia comienza con el reconocimiento de dos realidades paralelas: la de la miseria del campesinado y la de la violencia contra las mujeres. Estas dos realidades se presentan en el libro de manera continua como los dos ejes principales de la enfermedad que corroe el cuerpo social. Nos cuenta el autor como las mujeres del campo quedan constantemente embarazadas, ya sea de sus parejas o de hombres de paso; sin tener control sobre sus cuerpos, se ven abocadas a dejar morir a recién nacidos que simplemente no son alimentados.
Pero el autor no es
persona capaz de limitarse a la denuncia o a la constatación de la maldad o de
la indiferencia hacia el dolor propio y ajeno, necesita buscar la explicación y
con ella la luz, la salida, la apertura hacia la esperanza. Su pensamiento
político se encuadra dentro de un liberalismo social, cercano, según los
expertos al pensamiento de Henry George. Entiende Tolstoi que el Estado debe
asumir unas responsabilidades, que la tierra y otros bienes deben ser comunes y
no objeto de propiedad, lo que lo aleja del anarquismo cristiano al que parece
más cercano en otros aspectos. Las cuestiones de clase social se enfocan desde
una perspectiva cercana a la Ilustración y a las ideas sobre desobediencia
civil de Henry Thoreau, muy conocido y admirado en Rusia, junto con sus propios
pensadores ilustrados como Aleksandr Radishchev. Pero la visión de conjunto es
profundamente cristiana. El autor, ya en sus últimos años de vida ha colocado
Los Evangelios como libro de cabecera y desde el ejemplo de Jesucristo explica
y dignifica lo que para él es el verdadero sentido de la vida humana. Esta
visión limitaría enormemente las posibilidades de análisis de la realidad
social y de la psicología profunda de los personajes, si no fuera porque el
autor es capaz de dejar indemne en su coherencia interna otras visiones
paralelas a la suya que se presentan en la obra.
De hecho, me
atrevería a decir que su perspectiva, la de que nadie puede juzgar ni castigar
a nadie, la de que sólo el perdón y la paz interior a través de la luz
espiritual puede ofrecernos una visión del mundo verdaderamente gratificante y
consoladora, esta perspectiva, a mi juicio, es puesta en tela de juicio
constantemente por el propio Tolstoi, cuya inteligencia y experiencia vital le
impiden simplificar todo lo que ve y siente en un único mensaje religioso. En este sentido, son frecuentes los
contrastes, las polarizaciones y las oposiciones entre formas de vida
admirables y despreciables insertadas en contextos y clases sociales diversas,
aunque casi siempre sean los poderosos y ricos lo que se presentan con una
perspectiva más crítica y negativa. Al final de la novela, el autor nos
describe de manera contrapuesta a dos revolucionarios: El campesino de inteligencia portentosa, que es
capaz de abrirse camino en el mundo académico y que regresa para instruir a sus
hermanos y vecinos menos afortunados, carente de toda envidia, de todo recelo y
afán de venganza; y el obrero lleno de resentimiento hacia los ricos, que ha
ido fermentando la sensación de humillación en sus vísceras y que está
dispuesto a todo para terminar con lo que considera como un agravio personal.
El altruismo y el egoísmo disfrazado de altruismo son versiones de la
incomodidad con el sistema político social que deben ser diferenciadas en su
justa medida. La crítica hacia el segundo, representado de forma continua por
la generosidad falsa y la falsa justicia de la clase dominante, se acompaña de
la sincera admiración hacia el primero. La persona honesta que se sacrifica por
el bien común, la persona, hombre o mujer, que encuentra el sentido de su
existencia en la lucha por mejorar la vida de los demás y no sólo la suya
propia, ni mucho menos a costa de la explotación ajena. Esto lo entiende
Tolstoi como una realidad y lo describe con admiración conmovida. Y es gracias
a la comprensión de esta realidad que la protagonista consigue construir una
vida nueva y no gracias al teórico y confuso Nejliudov.
Para Tolstoi, el
espíritu o el alma es una construcción trascendental que se desarrolla a partir
del reconocimiento del mundo como una realidad independiente, y no un simple
“entorno”, es decir, un escenario, un espacio-tiempo en el que el todo está ahí
para construir la propia identidad. En otras palabras, el espíritu no es
individual sino la asunción de formar parte de un “todo” en el que las acciones
propias tienen un impacto sobre los demás, y son impulsadas desde los
diferentes niveles de poder y de consciencia. La filosofía oriental, budista y panteísta se
sobreponen al pensamiento cristiano de la culpa y del sacrificio formando una
doctrina más flexible y compleja.