LA VILLANA NO SE RINDE.
Del peligro de enamorarse se ha hablado muchísimo. Por ejemplo, en la literatura japonesa allá por el siglo XI (e.c.)
La novela de Genji destripa, antes que ninguna otra, los “tejemanejes” de la corte y el daño que la satisfacción del capricho sexual puede hacer a una persona, especialmente si esa persona es una mujer. Varios siglos después, en la literatura europea, es necesario mencionar
El Heptameron, Los desengaños amorosos y
La princesa de Clevés, como obras fundacionales de la misma temática. En todos los casos citados, son obras escritas por mujeres, con una construcción de personajes femeninos consistentes y con un mundo interior propio relatado desde la conciencia misma de una mujer. Ahora bien, en el caso de Las amistades peligrosas, nos encontramos ante un autor, un ilustrado con una fuerte conciencia del dominio de los hombres sobre las mujeres y un claro rechazo hacia el mismo. En su ensayo “La educación de las mujeres” -que nunca fue publicado en su tiempo- ofrece una perspectiva muy radical.
Choderlos de Laclos se plantea que, dado el estado de esclavitud en el que viven las mujeres, la educación, más allá de una parodia educativa, es imposible: “Donde quiera que haya esclavitud, no puede haber educación; en toda sociedad, las mujeres son esclavas y por tanto no son susceptibles de educación” En otras palabras, Laclos plantea que antes de pretender educar es necesario desenmascarar todo el entramado de sometimiento de las mujeres. Desde luego, es ir muy lejos, y más allá de lo que había ido cualquiera de los grandes ilustrados defensores de la igualdad de la mujer y de la educación femenina. Su línea de pensamiento está más cercana a
Gouges o a
Stuart Mill que a
Condorcet, y por supuesto, que a
Rousseau -a pesar de su influencia- o a nuestro
Moratín. Pero vayamos a lo que nos interesa: ¿Cómo se manifiesta esta forma de pensar en el libro?
Se ha sostenido frecuentemente que La marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, los protagonistas y ejes de todo el entramado narrativo, son personajes que actúan desde una ideología, concretamente el pensamiento libertino, y se ha discutido muchísimo si el autor defendía o no dicho pensamiento de manera encubierta. Es cierto que no parece esta una obra simplemente didáctica, a la manera de otras obras ilustradas, tampoco es, sin más, un precedente del romanticismo y desde luego, no es la obra de un libertino. Baste con decir que, desde las primeras cartas, vemos que las motivaciones que conducen a los protagonistas a iniciar sus acciones, no son de tipo ideológico, son motivaciones mezquinas y asentadas en el orgullo y la vanidad. Otra cosa es que, en diversos momentos, recurran a la ideología libertina para justificar sus actos y para sentir que su comportamiento no es simplemente fruto del egoísmo, o que el autor nos lleve a reflexionar, a través de las observaciones del mundo de sus diversos personajes, sobre la cuestión de la hipocresía social frente al llamado libertinaje. Pero la protagonista se aleja tanto de Pamela como de Justine.
Ahora bien, si tras el autor no hay un libertino, ni un idealista, ni un moralista… ¿qué es lo que hay? Posiblemente todo eso y nada de eso a la vez. Hay un escritor. Un artista. Un pensador; ante todo, hay una persona que siente que su trabajo consiste en darle la vuelta a todo para ver lo que hay detrás. Como escritor, maneja perfectamente los instrumentos narrativos. Sigue la estela de
Fernando de Rojas en
La Celestina, y de
Cervantes en
El Quijote y juega la carta del manuscrito encontrado, desde el prefacio nos presenta su creación como un constructo intelectual. También como Rojas pone cuidado en cerrar la obra con reflexiones diversas de carácter moral que atienden especialmente a la cuestión de nuestra responsabilidad con la juventud. Aunque, al igual que Rojas, el intento de mostrar civismo y conciencia social queda arrastrado y enterrado por su abrumadora visión de la humanidad como una lucha continua por el poder. “
Amar sólo por vencer” es el lema, como en la narración de
María de Zayas. El amor es una ilusión, un instrumento del poder. En la narración paralela de los jóvenes enamorados, a su vez juguetes sexuales de la pareja protagonista, Laclos muestra claramente, por si cabía alguna duda, que las reglas del juego no son iguales para hombres y mujeres y que, sea cual sea el grado de enamoramiento, el hombre prefiere arriesgar la vida a la pérdida de su autoestima, que es un bien sumamente más preciado que el deseo o la ternura hacia otro ser humano, es verdad que perdona a su amada aquello que el mismo también ha sido incapaz de evitar. Pero perdonar es una cosa, y seguir amando es otra, y no se puede amar a la que ha jugado al mismo juego que has jugado tú, puesto que te ha dejado en ridículo, no tenía derecho a ello. Punto final.
Así mismo, entre los dos protagonistas hay una diferencia fundamental, el hombre no tiene que esconderse, todo lo contrario, alardea de su poder y tiene atemorizado a todo el mundo por el caso de que se “vaya de la lengua” Si finge es para conseguir un objetivo concreto, pero en líneas generales su personaje está definido y aceptado en sociedad. En cambio, en el caso de la mujer, todo el proceso mental es mucho más complejo. Ella entiende que para poder disfrutar de esta libertad sexual es necesario crear una máscara y una coraza impenetrable. Pero comete un error… ¿Enamorarse? Quizá, si bien es cierto que las adaptaciones suelen recorrer ese camino, encuentro más congruente con las ideas de la obra y con el personaje pensar que el error consiste en compartir todos sus secretos con un hombre, en convertirlo en su amigo y confidente. En mantener una relación, sin duda, peligrosa. (El título Las relaciones peligrosas se ajusta más al original)
Comete pues un error, pero ¿por qué lo hace? La respuesta no es sencilla, debemos tener en cuenta que estamos ante una novela perspectivista, construida a partir de cartas de distintos personajes que construyen y reconstruyen la realidad desde sus propias psicologías e intereses en conflicto y en continuo proceso de cambio. Desde mi punto de vista, lo hace por amor propio. Laclos ha creado un personaje que actúa como un hombre, dentro de sus posibilidades. Y nada puede darle más autoestima que mantener una relación de igual a igual con una persona como Valmont. El problema es que esta igualdad no existe. Es una ilusión que Merteuil sólo consigue sostener procurando mantener a su oponente y colega permanentemente en vilo y en estado de deseo, convirtiéndose en jugador y juguete de manera simultánea y no aceptando su condición de juguete, de recompensa. Se trata de una situación paradójica de la que es muy difícil salir. En verdad le es imposible salir de su condición femenina y desde esa condición la comparación con las demás mujeres, los celos, las inquietudes derivadas de su condición de objeto de deseo parecen también imposibles de dominar. En el momento en que advierte que su amante y amigo sigue viéndola como una mujer, a la que hay que guiar, etcétera, y no como a un igual, siente la primera punzada de lo que será un duro aprendizaje. En la carta LXXXI de la segunda parte, ella lo reprende y avisa, le relata toda su juventud y niñez como un argumento sobre el que asienta su superioridad. Le viene a decir: No sabes nada de la vida, te lo han dado todo mascado, yo he tenido que trabajármelo muchísimo y no vas a venir tu ahora a darme lecciones de cómo se manipula a la sociedad. “Qué lastima me da vmd. con sus quejas. Cómo me prueban estas mi superioridad sobre usted. ¿Y quiere usted ser mi maestro y dirigirme? No, todo el orgullo de su sexo no bastaría para llenar el intervalo que nos separa”
Lo que no ha entendido es que ella no puede ganar, que el intervalo que los separa es, efectivamente, insalvable. No lo entiende, a pesar de que Valmont le hable, desde las primeras cartas, con toda franqueza sobre su concepción de las mujeres, así le dice hablando sobre la señora Tourvel y su estrategia de hacerla creer que ella lo está empezando a cambiar, a dominar: “No he creído deber perder la ocasión de hacerme dar una orden, estando persuadido por una parte de que el que manda se empeña, y por otra, que la autoridad ilusoria que tenemos a bien dejar tomar a las mujeres es uno de los lazos que evitan con más dificultad”
Pero ella no se ve a sí misma retratada en estas pinturas. Ella no quiere cambiarlo, no quiere dominarlo, no se presenta a sí misma como enamorada. Por tanto, esas observaciones no van con ella. Su principal error consiste en no sentirse identificada con su grupo, quiere salir del mismo a toda costa, pero no lo consigue, porque no es un jugador, sino el premio, y ella misma, de modo sutil y sin comprenderlo, se ha establecido como tal. En el caso de que este triunfo sobre ella, como sobre cualquier otra, no pudiera efectuarse, por ejemplo, porque sus juegos sociales, peligrosos para ambos, lo derriben sólo a él, y sobrevenga la muerte, siempre tendrá en su mano la manera de administrarle la más cruel de las derrotas: la traición no ya al amor, en el que ninguno de los dos cree, sino a la confidencialidad, a la camaradería y a esa suerte de peligrosa amistad, en la que ella se refugiaba de su condición de mujer. La traición es la entrega de las cartas, algo que no hubiera podido hacer en vida, pero sí ante la muerte. Algo que, sin duda, no formaba parte de las expectativas de juego de Merteuil.
La sociedad le da la espalda, debe irse a donde no la conozcan y para que no pueda seguir representando su farsa, el autor decide la destrucción del rostro de la protagonista por la viruela. Ahí es donde vemos el sello masculino abrirse camino por encima de la voluntad libre e igualitaria de su mente ilustrada. La mujer no podrá seguir representando una farsa para obtener sexo sin ser culpada por ello. La mayoría de los hombres esperan sexo sea cual sea su aspecto y condición, ya que son el sujeto deseante, pero la mujer, como objeto de deseo ha de perder su condición sexual al perder su atractivo sexual. Es desde esta perspectiva que la destrucción del rostro de la mujer adquiere un sentido que queda fuera de la cosmovisión que Laclos había construido. Abandona el radicalismo feminista “Avant la lettre” y se sitúa en los márgenes de las brujas y villanas de Disney.
Pero me gustaría decir que comparto esa interpretación según la cual la obra literaria está por encima de su autor, lo sobrepasa y crece por sí misma. Por ello, el personaje de Madame de Merteuil adquiere una vida propia más allá de la que su creador le ha dado. La lectora moderna se pregunta: ¿Hasta dónde llegará la dama en el futuro? No se marcha con el rabo entre las piernas, no escribe ninguna carta de arrepentimiento, no se autodestruye en ninguna de las formas que el autor podría haber imaginado…En la película de Stephen Frears, Glenn Close termina frente al espejo, apartando un maquillaje blanco que cubre todo su rostro, en un estado de abatimiento y soledad absoluta. Amargada. Pero tras leer la novela es inevitable preguntarnos, ¿Qué hará esta mujer una vez perdida la belleza de su rostro, con su dinero y su abrumadora inteligencia? ¿Usará una máscara real y seguirá teniendo sexo con quién desee? ¿A dónde dirigirá sus pasos una vez aprendida esta nueva lección? Si el personaje es fiel a si mismo, parece difícil que se rinda. Así pues, esta pregunta queda flotando en el aire con la fuerza del pesimismo y la amargura, pero también con la de la rebeldía y la insumisión incontestables.